Cuando un gobernante empieza a mentir a la ciudadanía no hay quien lo pare, es difícil que pueda detenerse: cuestiones de Estado, conveniencia, negocio… Y la ciudadanía traga y calla y mira para otra parte. La ciudadanía no pinta nada en esa farra, la paga, como sus consecuencias. Mintió Fraga durante el franquismo con el accidente nuclear de Palomares –al que se hace expresa referencia en esta película acerca de un accidente nuclear en Thule y los engaños de los gobiernos danés y norteamericano–, como se acaba de demostrar en tribunales de EEUU que reconocen daños, pero eso ya qué importa, eso fue hace mucho, uno de los mejores y más eficaces tapabocas que conozco. La ciudadanía cree que pinta algo en las tareas de gobierno, en el ejercicio de este, pero es mentira. Cree que es respetada por los uniformados, los jueces, los financieros, pero eso es peor que una mentira, es una burla. La ciudadanía cree que tiene defensas legales suficientes, pero eso es una burla redoblada, sangrienta. La ciudadanía tiene todas las de perder si se enfrente con el poder constituido (famoso) en reclamación de derechos o queja de abusos. Los gobiernos son incontrolables, el que consigue el poder lo sabe y la ciduanía clala porque igual le dan un plo, la multan o le quitan el trabajo y las vacaciones, la pensión, la piltra en el moridero. La ciudadanía, si saca la nariz fuera de su zorrera y ventea el aire de su tiempo, se da cuenta de que todo sucede sin su consentimiento ni participación, pero no, prefiere pensar lo contrario, sacar pecho, alargar la mano y echar la papeleta en la urna, en lugar de limpiarse el culo con ella o hacer un matasuegras y soplar, soplar mucho. Y así vamos tirando.
*** Idealisten (2015), de Christina Rosendahl.