Rue Jacques Pinard

Al otro lado del Périphérique y de las Pulgas de Vanves, la rue Jacques Pinard (Santiago Vinazo digamos) y su acera, tanto silenciosa tanto reñidora, la de los gitanos rumanos o búlgaros con la cosecha de objetos robados, dicen, dicen. En un puesto tenían todas las zoldas colocadas sobre un par de banderas rojigualdas: carteras, relojes, móviles, pedazos de electrónica, bolsos, herramientas, discos, electrodomésticos. zapatos y ropa de las basuras. Ellas espatarradas, ellos al acecho, mercadeando en un segundo plano con africanos y rusos, un ambiente espeso de ganas, nada modianesco y poco fórcolo. 

Eso me recuerda una entrada del diario de Eugène Dabit (Hôtel du Nord) en la que habla con conocimiento e causa de Las Pulgas  y lo hace de los compradores que no están ahí para husmear joyitas, sino para vestirse y calzarse, comprarse una camisa por cuatro perras, o para encontrar una batidora moribunda para su tugurio de migrante recién llegado. Menos flanerías, más verdad. 

En todo caso el cementerio de nuestras cosas está a ambos lados, solo un grado los separa. Todo acaba por destruirse. Los chamarileros en campaña no pasan de ser, para él, sino una banda de enterradores: «La del Mercado de las Pulgas es una podredumbre doméstica: la de los objetos que ha dado el encanto de un hogar». Vanitas. Céline, el amigo de Dabit: «Mais ça s’achette, ça, mais qui mon Dieu, qui?!» 

Pinard, Malakoff… por ahí vivía el amigo Javierito Matute (Moriremos nosotros también) en otros tiempos ver unas medias… La Huella. Mankiewicz. ¿Recuerdan? ¿No? Es igual.

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