Cumpliendo con el vicio de pasar por Bayona en día de mercadillo de cochambres, pero luminoso, antes de regresar a casa perseguido por mi propia sombra a hacer un rato de poesía (mala) de la experiencia, o de dietaridescouilles, como si a alguien le pudiera interesar a dónde vas o de dónde vienes, o si te compras un libro o dos. Qué petulancia la tuya, aunque no tanta como la de Pinocho de Alzate, alias Dosdedosdefrente, representante de la gomina hispana y del cuento vasco, que es, en sus manos hamponas, peor que el chino (cuento) o que el de la pera de Murcia.

Por lo demás, qué vas a contar. Las cosas en su sitio, más decoradas, eso sí, que hace dos años, esos que se han esfumado como por arte de ilusionista apolillado y nos han dejado baldados, hechos pecios de nuestro propio naufragio. Todas las previsiones líricas y filosóficas se han quedado cortas. Nos despedimos en conocidos o saludados, en judas de sobremesas, y nos vemos, de lejos, en enemigos, nos desconocemos, nos damos miedo o asco. Somos –¡ellos, ellos…! nosotros no, nosotros angelicales– mucho peores de lo que pensábamos. Irremediables. De la calamidad hemos hecho negocio. No hay quien nos pare.

Ha fallecido Alfonso Sastre y las trincheras se enardecen, salen a relucir las navajas, esas que a Umbral le evocaban la Ñ de España. Nos rebanaríamos el pescuezo si pudiéramos, si saliera del todo gratis.

—¡Uyyy, cuánta solera tiene eso!
—¿Pero hay gente que compra estas mierdas?
Conversación de dos paisanas españolas ante el espectáculo de la cochambre, esa que un día fue la alegría de una casa y que ahora mete miedo, apesta a muerte –Eugène Dabit, sí,el de Hôtel du Nord, en su Diario–, a madriguera de fuina, a oficio de vaciadores de casas de las que los que quedan vivos huyen a la carrera. No hay recuerdos que valgan, hay herencias enojosas. Mala, pésima poesía. No somos RAMÓN.
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