El Loco

Andaba a vueltas con la baraja del Tarot y con Hugo Pratt, gran aficionado, y he ido a dar en Álvaro Cunqueiro, que lo mismo. Hablando del Loco, dice Cunqueiro, citando a un amigo suyo: «Este dominguillo de la baraja nos representa, a ti, lector, a mí, a cualquier hombre que pasea por el mundo su desamparo y sus fantasías mientras saltan los perros a roerle los zancajos». En la wikipedia hay un texto largo que no me resisto a citar:

« El Loco es quien va perdido y sin rumbo; se trata de una criatura que parece no vivir en la realidad; una criatura a quien nadie toma en serio y que vaga de un lado a otro, aparentemente sin saber qué busca ni adónde quiere llegar. […] Puede definirse, negativamente, como la otra cara del soberano, su contraparte mundana, un bufón de corte que es capaz de mezclarse entre el «sulphur vulgi» de la multitud. A veces, puede ser visto como el «espía» del rey. Es, en definitiva, una figura que empuja hacia la vida de modo espontáneo, saltándose las protecciones conscientes y conservadoras (por ello es un arquetipo constelado sobre todo en la juventud del héroe). El loco se encuentra cercano a la materia prima o caos originario y, como atestigua su vestimenta multicolor, vive próximo al carácter festivo y carnaval.

Por su ethos aventurero y espontáneo, el loco presenta una dimensión doble: invita por un lado a la liberación de la energía creativa, pero también puede desviarnos del camino y convertirnos en vagabundos sin norte 

También puede referirse a una incapacidad de integración o falta de objetividad. El loco hace referencia a la virtud de ver el entorno de una manera diferente, con mente abierta, facilidad para inventar historias o cuentos (sin referirse a la mentira), habilidad creativa.

Esta carta puede presentarse al revés y cuando esto ocurre supone un toque de atención, ya que la persona no está escuchando los consejos de sus personas más cercanas, consejos sabios que no se escuchan. »

Hugo Pratt

ro09fo0124HUGO Pratt (Rimini, 1927-Pully 1995), es uno de esos casos de creadores que sostienen con su vida las peripecias de sus personajes y que han tejido al margen de ellos una tupida red de leyendas, de mentiras y de verdades que exceden el papel. Lo explica muy bien el creador de ese inolvidable marino de fortuna que es Corto Maltese en dos de sus libros de memorias y reminiscencias autobiográficas: Antes de Corto y El deseo de ser inútil (buen título para explicar la andadura de quien decide ponerse el mundo por montera e irse a la Tierra de Fuego del sentido común).

         No es de extrañar la amistad de Pratt con Alvaro Mutis, los dos frecuentadores de ese hotel Esmeralda de la orilla izquierda del Sena, frente a Notre Dame, los dos conversadores de los márgenes y de lo inverosimil. Al margen de Corto, en sus papeles de identidad aparece un Pratt aficionado a la Kabala y a las ciencias ocultas, viajero por la Irlanda de resonancias celtas, por la Patagonia argentina y la Tierra de Fuego chilena, donde sus pasos se cruzan con los de Chatwin, por el río Uruguay -el Uruguay no es un río que es un cielo azul que viaja-, por Etiopía y Somalia, por Canada y Amazonia, hacia las fuentes del Nilo o hacia los laberintos que esconde el Mediterráneo, peatón de muchas ciudades y en concreto de esa laberíntica Venecia donde vivió y que estuvo en el centro de la espesa tela de araña de su vida, una Venecia tapiada, oculta, misteriosa, sólo buena para viajeros de papel, para inventores de verdad. Pratt es otro caso curioso de esos profesionales de la errancia que a la vez han trabajado como forzados en su arte particular y que al margen de sus aventuras y trapisondas han acumulado una cultura libresca descomunal, extraña, caprichosa. Enigmático Pratt que aparece tras la sombra de Corto Maltese, el aventurero, el escudriñador de los rincones raros de la historia reciente, el experto en Tarot y amuletos varios, de los que Venencia fue uno de los lugares donde más fantásticos se llegaron a fabricar y entre ellos el anillo de San Huberto, el que permite viajar por el aire y el tiempo al conjuro de la fantasía, ir y volver  a Roma en el día, como el brujo de Bargota.

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61ZCQbDUunLAddenda de 2020. Este artículo lo escribí sin duda en Gorritxenea, de Baztan,  en 1999, en los días de La casa del rojo,  a la vuelta de San Juan de Luz o de Bayona, donde compré Le désir d’être inutil. Veo una paradoja el escribir tanto de viajes en aquellos días en que vivía el apartamiento de una casa medio en ruinas en un lugar de media docena de casas. En invierno leía junto al fuego bajo de la cocina y el viento sur, que era el que con más constancia soplaba allí, me ahumaba de mala manera. Vivía una vida por completo imaginaria para evitar entrar en la que no vivía como mía… o eso me digo ahora, cuando resulta fácil hablar del propio pasado y absolverlo y a ti con él. Todo tiempo es irremediable  lo dice Eliot, maestro. Tal vez fuese mejor decir que vivía allí escondido, agazapado, a la espera de vete a saber qué prodigio que no llegó nunca. Un día vendía la casa que se me estaba cayendo encima a pedazos y gracias a eso pude irme a la isla de Juan Fernández… pero esta es otra historia.