Paul-Jean Toulet
Dignimont ilustra a Francis Carco
La imagen de la cabecera de este blog es una viñeta de André Dignimont, de las que ilustran Les innocents (1924), de Francis Carco, escritor muy prolífico y de éxito rotundo en sus novelas, crónicas, recuerdos, poemas y canciones… Fue el escritor del hampa y de su argot, de los legionarios y la Colonial, de Montmartre, de la rue de Lappe, la de los bailongos y los cabarets de la perra suerte, de la bohemia, las calles oscuras de la prostitución, de los puertos del norte, y de un París casi ya por completo desaparecido en su urbanismo. Sus camaradas de los días felices: Dorgèles, Mac Orlan, Aragon –que le dedicó un poema memorable gracias a Jean Ferrat–, Paul-Jean Toulet, Gen Paul (el amigote de Céline), Derain, Vlaminck… Cafés, bares, bistrots, barrios descalabrados, tanto si son los arrabales como el vientre de la ciudad, son los escenarios en los que se mueven los hampones y gamberros de Les innocents. Épica de la desdicha y de la mala suerte la suya, como la de Mac Orlan, por mucho que lo disfrazaran de pintoresco sentimental.
El ejemplar del que está sacada la viñeta estuvo en la biblioteca de Fermín Negrillos, cuya sombra pasa por el Diccionario de las vanguardias. Negrillos fue un lector furioso en una ciudad de curas y militares, poco amiga de la lectura y los libros, y casi ciudadela todavía en la época en la que él leyó allí a Proust en primera ediciones, a Sade en las clandestinas de J.J. Pauvert o a Joyce en su primera edición argentina de Ulises, que no tengo ni idea de cómo pudo ir a parar allí. Durante años, Negrillos tuvo un permiso del gobernador civil de los alzados permitiéndole leer libros prohibidos habida cuenta de la furia por la destrucción y el expurgo de bibliotecas privadas que les entró a los amos de la situación en 1936. Lo tenía colgado en su biblioteca, diseñada por el arquitecto Víctor Eusa, miembro de la Junta Central de Guerra Carlista en los años más negros de la represión de la retaguardia, y responsable de esta. Esa biblioteca de la calle Eslava, fabulosa en su diseño y colosal contenido, era el escenario de las reuniones del sanedrín de los alzados, y luego vencedores muy enriquecidos, durante y después de la Guerra Civil, con el periodista Garcilaso a la cabeza: todo lo que la gente de orden, la de toda la vida, ha venido ocultando con tesón hasta ahora mismo. Escribas lo que escribas no se dan por enterados. Leyera lo que leyera, viajara a donde viajara, Fermín Negrillos fue un colaborador de los alzados y quien llevó en su coche a Garcilaso a Badajoz, pocos días después de la matanza para que este escribiera un reportaje de contra propaganda franquista que encunriera el crimen de Yagüe. La biblioteca de Negrillos se desbarató en los felices ochenta. (De La novela desordenada)
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