Ahora o nunca (2016)

Llegó Ahora o nunca. Es decir, llegó la espuma del año 2016, después de muchas vueltas, cuando algunos episodios que ahí aparecen serán incomprensibles, enigmáticos, inanes también, hasta para mí mismo. Vértigo de abrir esas páginas y reconocerse o no en ellas. «Une petite vie», decía Arletty, actriz, con su voz de guasa (gouaille). Pues eso. No hay motivo para entusiasmarse con la propia andadura, ni siquiera escribiendo un diario/dietario para ponerse en escena. ¿Está ahí todo lo vivido ese año? No lo creo. Me da un cierto vértigo abrir sus páginas. Ha cambiado la geografía y los seis años de más pesan. Con eso estaría todo dicho.

Domingo de carnaval con Gabatxeta al chicotén

En el manicomio de los cómicos en derrota,
paraíso de la farsa y de la sopa,
Gabatxeta, encasullado de funeral,
dirige el coro de locos
y en un armonio asmático,
el poeta sacristanesco y dulce
les toca el tantum ergo a las monjas feroces 
que encuadernan con piel humana,
mientras dura la luz de un cabo de vela,
pero al salir a brincos,
le pellizca el culo a la oronda y pimpante camarera,
la del chocolate espeso marca Fuesa,
tan de negro que parece asistir a sus propios funerales.
Por fin en los huesos acariciado sueño.
Don Gustavo pinta gordas en el suyo.
Toca el sacristán su himno a la patria nueva
la del cajón nuevo y el fraude amable
Gorra ta gorra, Euskadi!
Tócamela otra vez Sam, tócamela
¡Venid y vamos todos con flores a la mansa!
Y la mansa, a las órdenes de una boticaria leprosa,
le bota un usual ardiente y mañanero
a un santo bebedor que acierta
a pasar por allí y bizquea
pelirrojo repentino del trago venenoso,
santo bebedor también este
el hijo de la Trampa y la Tramoya
urde nuevas falanges menesterosas
a la manera de un Sánchez Mazas de arrabal
y don Ganbela patizambo come y come
y vuelve a comer antropófago caníbal 
No te fíes de los zambos, decía Arletty,
aquella  que no tenía el coño para ruidos patrióticos,
y menos de los judas romos, 
añade la neskita apaleada de Botica Vieja
con su jeta de atmósfera cargada hasta el delirio.

Colofón.

La alegre piara del cuco Caco 
tenaza de los libros, chuzo, púa,
baila que te baila se despeña 
en un pozal de chocolate, espeso,
Gabatxeta, auténtico, toca el chicotén
y deja sus muertos a la espalda…
cubierta de mierda.

Telón de fuego. 

El muelle de las brumas

img_0051Compré este fotograma de El muelle de las brumas (1938) en París, a finales de enero de 1989, en una librería especializada en cine que había en el pasaje Jouffroy, al pie de las escaleras, junto a Museo Grevin. Desde entonces la he tenido al alcance de la vista en mi cuarto de trabajo. Me gusta mucho esa película y también la novela del mismo título, de Pierre Mac Orlan, en la que se basó (de lejos) el film. Tanto Marcel Carné, su director, como Jacques Prévert, su guionista, hicieron lo que les dio la gana, empezando por situar la taberna de los derrotados –El Lapin Ágile de Montmartre, junto al Château des Brouillards, que da título a una novela de Dorgelés– en Le Havre, una ciudad que, al principio, no dio permiso para que se rodara la película en sus calles para que el público no pensara que en Le Havre no había más que desdichados. La película tiene momentos memorables, no solo por la réplica famosa, aunque no la más famosa del cine francés como se ha dicho:

Jean (Gabin): T’as d’beaux yeux tu sais.

Nelly (Michelle Morgan): Embrassez-moi.

Jean Gabin, Pierre Brasseur, Aimos, Michel Simon, Le Vigan… y una Michelle Morgan que deslumbró con su mirada al director y al guionista: el contrapunto a la mugre de la época por parte de alguien que no era ajena a la desdicha.

Momentos muy intensos, de gran poder evocador y simbólico, como cuando Nelly que espía la llegada del amanecer dice: «Cada vez que amanece creemos que va a pasar algo nuevo… algo fresco… y luego el día cae… y hacemos como él».

Jean, el desertor, se queda con la ropa de un pintor suicida que tiene niebla en la cabeza, encarnado por un gran actor de vida agitada y oscura: Le Vigan, el amigo de las juergas monmartroises de L. F. Céline, en la rue Girardon y alrededores, colaboracionista activo durante la Ocupación –personaje de D’un château l’autre– y al final refugiado en la Argentina, en Tangil, plena Pampa, donde anduvo de taxista. Antes, como muchos otros, Le Vigan pasó por Barcelona y dio clases de francés. Entre sus alumnos estaba la esposa de Carlos Pujol (según me contó este).

Pierre Mac Orlan protestó de la aparición de este personaje porque no está en su novela y Carné le dijo: «¡Pero Pierre si ese es el único personaje de tu libro que queda en la película!», según cuenta en libro de memorias La vie a belles dents.

En otra escena aparece el escritor surrealista y de novela negra Léo Mallet con uniforme militar y la pipa en la boca… Poco después de firmar un manifiesto pidiendo la cabeza de Gil Robles refugiado en Biarritz y de saber que la ayuda oficial a la República española era inútil.

«¡El capitán se ha quedado solo a bordo!», exclama Quart-Vittel con el barquito que ha quedado destrozado en el tiroteo entre los gánsteres y Panamá, el bodeguero de ese fin del mundo.

A Mac Orlan le fascinó Michelle Morgan y escribió líneas hermosas sobre su película, ambiente y fondo, sobre la época de bohemia miserable y de hambre en la que está basado el relato: «El muelle de las brumas de Carné es un testimonio de la miseria, esa miseria sin brillo que se arrastra en los barrios bajos de las ciudades como una niebla impenetrable».

Jean, el desertor, convertido en pintor que pinta lo que se esconde detrás de las cosas, pertenece a la historia personal de Pierre Mac Orlan que este no contó nunca: «La gente no sabe lo que sucede entre medianoche y el alba», algo así dice Zabel el siniestro personaje encarnado por Michel Simon –otro amigo del Céline crepuscular en su casa Meudon cuando lse fotografían en compañía de una sonriente Arletty–. Película sombría, cierto, no del todo bien acogida en una época en la que los desertores no estaban bien vistos, pero en ella brillan los destellos de coraje de los que no se resignan a naufragar del todo en la desgracia… gracias a Prévert y a su poesía cierta. Mac Orlan fue más derrotista, lo admitiera o no.