El cuerno vacío

Llega septiembre y sospecho que pocas cosas de verdad importantes para nuestro bienestar van a ser maravillosas, como decía la vieja canción, aunque es posible que haya más oscuridad (cantaba Gelu). De cara a septiembre y a un invierno que se perfila muy duro, el presidente francés Macron ha dicho que se acabó la era de la abundancia y eso ha alborotado los mentideros. Un gobernante certifica que lo vamos a pasar mal. No es una amenaza, sino una certeza.  Esto es, Macron dice que en el cuerno de la abundancia no queda más que calderilla o telarañas. Cabe preguntarse, con fundamento sobrado, de quién se acabó la abundancia o en el bolsillo de quién vertía el dichoso cuerno sus riquezas, porque lo que hemos visto es que las cifras de pobreza y las colas del hambre aumentaban sin parar, antes de la guerra de Ucrania, durante… y después, eso seguro. 

         ¿A qué cifra ascienden los desahucios ejecutados en España en los últimos diez años? ¿Cuántas personas son atendidas por comedores sociales, bancos de alimentos? ¿Cuántas hace ya dos inviernos que no han podio pagarse la calefacción o la energía eléctrica? Está claro que la banca no va a devolver un euro de los millones recibidos, esos que han enriquecido a sus clases financieras a límites insospechados. Vértigo. Septiembre trae vértigo y la Policía y el Ejército hace ya mucho tiempo que se preparan contra unos hipotéticos motines que sería rarísimo que se dieran, porque la mansedumbre social empieza a ser el signo más claro de la época y con ella el aumento de los negocios parapoliciales y paramilitares. 

         Que la que nos ha caído encima hasta ahora y la que nos puede caer este próximo otoño e invierno, se debe a «la guerra en Ucrania»  es una de tantas patrañas de la propaganda oficial, porque según esta, antes de esa guerra la calamidad que se afirmaba por todas partes no era más que una amenaza lejana, cosa de conspiranoicos o apocalípticos, y no un suma y sigue de signos diarios de desastre en lo económico y en lo social: bastaría echarse con buena fe a las hemerotecas para comprobar que es mentira, una forma de enmascarar la incapacidad de gobierno ante unas amenazas que atañen al clima y a la energía, y a los mercados voraces que enriquecen a quienes tiene sus riendas y empobrecen o matan a millones, pero eso es pedir gollerías. Suena a fantasías y a conspiraciones y a cosas del comunismo. Lo que cuenta es el presente y la propaganda (relato) que lo funda. El despropósito de la gestión de la pandemia y sus consecuencias criminales los enjuaga la guerra de Ucrania. La inflación que ya se disparaba hace un año, es de la guerra, el precio de la energía que empujó a la pobreza energética a muchas personas, lo mismo, por no hablar del transporte, la carencia de repuestos y etcétera… cuando no había guerra declarada alguna. ¿O lo hemos olvidado? No es la guerra, es una gestión política supranacional y la mejor prueba de que el alcance del poder de nuestros gobiernos propios salidos de las urnas es limitado. 

         Empieza a importar poco lo que sucede en las altas esferas de la política y mucho lo que ocurre día a día en nuestro inmediato entorno, en el mercado y en los bienes de consumo de primera necesidad con el aumento paulatino y continuo de los precios: un juego de dominó diabólico que atañe a todos los que de una manera u otra participan en la cadena alimentaria.  El consumidor ve el agua que le va a llegar pronto al cuello, pero el productor no está muy lejos de ese naufragio anunciado. Inflación y recesión son los ogros que tenemos delante, cuyas consecuencias extremas todavía no vemos. Incertidumbre y miedos. Sabemos lo que sucede, no lo que puede suceder. Que la guerra en Ucrania va a tener un precio que vamos a pagar todos, eso está fuera de toda duda. Cuál, no sé. Leo en algún lado la recomendación de hacer acopio de bienes de primera necesidad, pero no sé a qué se refieren porque, además de que no dicen el motivo concreto, no sería la primera vez que se vaciaran hipermercados para nada, como sucedió al comienzo de la pandemia, y que ese miedo beneficiara a otros.

La otra guerra

Se veía de lejos: la pandemia estaba siendo un negocio de incalculables proporciones en manos de unos mafiosos de alcurnia y mucha patria rojigualda, ligados a los cargos electos de la derecha. Es decir, el dolor de millones engordaba las cuentas corrientes y las urnas de unos pocos. No van a dimitir y es muy dudoso que sean condenados en firme en tiempo hábil. La guerra es un capote de primera para toda suerte de canalladas institucionales o parainstitucionales, como es el caso: las cloacas donde bullen intermediarios, logreros, parientes, amigos, parapolicías, auténtica gentuza… Era la selva, dice Almeida y con él sus secuaces, para excusarse de su falta de escrúpulos y de sus alegre mirar para otra parte. No, no era, es la selva y no solo ellos forman parte de ella, sino que la cultivan con esmero y la hacen día a día más espesa, intrincada, cerrada, una mina.

En Madrid estaban muriendo miles de personas en condiciones inhumanas, que la fiscalía se ha negado a investigar, mientras a costa del virus se hacían negocios fabulosos, y no solo del virus, sino hasta de las inclemencias del tiempo y sus tormentas, como sucedió con la  Filomena.

La Filomena ha destapado una desvergüenza ligada a la Comunidad de Madrid que resulta asombrosa: se contratan máquinas desguazadas hace décadas, lo que prueba la existencia de un mercado subterráneo por completo delictivo (nada nuevo) y se contratan tractores que tienen el don de la ubicuidad porque están activos en dos sitios a la vez: una especie de San Martín de Porres en forma de tractor. Y no pasa nada. Bailan millones que van a parar a bolsillos de parientes, amigos y demás interesados. Millones que se han escatimado a la sanidad publica, esto es, al bien público. Y la Ayuso y el Almeida tan ternes, como si no fuera con ellos, hele, hele… la verdad es que desvergüenza no les falta.

A ver cuánto tiempo tarda en desinflarse esta solemne canallada de los patriotas rojigualdos que, durante la pandemia,  querían echar una mano… al cajón está claro, y la echaron y se forraron… y ahora dice el noble mangante que es culpa de la izquierda el haber sido descubiertos. Canallas.

Con razón «pasaba» la Ayuso de los muertos en las residencias, pues no era poca la basura que tenía y tiene a sus espaldas. Le convenía que, como de costumbre, lo cometido y sucedido se fuera olvidando; pero no ha sido así, aunque no haya tenido las consecuencias penales que requiere el caso. Debería estar en prisión, pero anda dando conferencias. La guerra, ya se sabe. Lo importante es la guerra y si falla, la ETA.

Es de no creer… No, qué va, es de mucho creer porque lo ahora descubierto es de una absoluta coherencia con un clima de impunidad y saqueo a la sombra de las instituciones o de sus arcas que viene de lejos. La trampa y la doble moral son una cultura que con los sucesivos gobiernos de la democracia postfranquista no ha hecho sino fortalecerse.

La guerra, mucho más que ruso-ucraniana, será un capote de canalladas en los escenarios habituales de ese cenagoso país ayusoalmeido, no lo dudo, pero no lo enjuaga todo, ni en ese extraño país-furúnculo que bautizan como faro de las Españas ni en otros escenarios.

Por ejemplo, por mucho ruido que haya, la poco decorosa actitud del Gobierno español con el periodista Pablo González, encarcelado de manera canallesca por Polonia, no consigue pasar del todo inadvertida. Estaban mal informados cuando vomitaron cieno en sede parlamentaria o mintieron a sabiendas, algo que podía ser grave en otros países, donde los políticos dimiten por un café mal pagado, pero no aquí, donde es costumbre inveterada y donde la mentira se eleva a verdad revelada gracias a los aplausos del tendido.

La guerra, la guerra, esto también es la guerra, de las grandes catástrofes ya se ocupan los medios hora a hora, las que parecen daños colaterales, también cuentan.

El periodista Pablo González se encuentra en una situación de verdad comprometida en manos de un país, Polonia, que estuvo amenazado de expulsión de la UE, y no vemos que reciba la ayuda que necesita ni jurídica ni institucional ni afectiva por mucha palabrería diplomática que pongan en el menú.

*** Artículo publicado en el Diario de Noticias, de Navarra, y en otros periódicos delGrupo Noticias, el 10-IV-2022

Galgos y podencos

 La decisión del Tribunal Constitucional de declarar inconstitucional el estado de alarma dictado hace unos meses  por el Gobierno, me recuerda la célebre fábula de Tomás de Iriarte, esa que pone en escena dos conejos que ante la amenaza de ser atrapados por perros que se les echan encima discuten si los que vienen son galgos o podencos, hasta que la llegada de los canes que les dan caza pone fin a la discusión.

Bien, bien, pongamos que no fueran galgos sino podencos los que nos han tocado en suerte, pero los muertos, los miedos, los enfermos, los que viven con secuelas que no se pasan, las carencias sanitarias, las órdenes criminales dadas contra los ancianos recluidos en residencias madrileñas, que es lo que de verdad importa, son las mismas con alarmas o con excepciones. ¿O es que importa más la virguería jurídica, redactada con la preceptiva confusión, que supongo además adornada de latinajos y autoridades del Fuero Juzgo para arriba?

 Me dirán que los jueces están a otras. Convengo, por mí que no quede. Pero a mí no me tranquiliza mucho saberlo y saber que en lugar del de alarma debería haberse declarado el estado de excepción porque mi miedo a la enfermedad, con o sin vacuna, sigue siendo el mismo. Estoy seguro de que si hubiese sido al revés, la bronca habría sido la misma. La pandemia está en el aire, recrudecida, sin alarma y con poca excepción, con jueces a los que no les gusta el toque de queda porque se ve que saben de epidemias un rato.

Hay ocasiones en que los juristas, en el uso excesivo del papel de fumar con el que cogen con delicadeza los hechos más delicados, resultan poco menos que asociales. No se trata de investigar las 8.000 muertes de ancianos, gracias en parte a ordenes criminales sino de hacer virguerías trentinas con el sentido de las leyes y ver si de ese modo se socava al gobierno y se coadyuva en la tarea de tumbarlo. Los muertos pueden esperar y los enfermos que van a diario en cascada a los centros de salud y acaban en las UCI amenazadas otra vez de colapso, también. A estos últimos les debe confortar mucho saber si lo suyo es constitucional o no. ¡Qué alivio! Las ordenes criminales del código penal fuera, las abstracciones del tribunal constitucional a la palestra. Resultan un buen encubrimiento de problemas de más hondo calado.

El país puede irse a la mierda, pero, zambomba, menudos magistrados tiene, gobernándolo con el código hecho repetidora en la mano, vigilando que no haya cambios de rumbo en el viaje que conduce a estrellarse contra la piedra imán, como Sinbad el Marino. Porque ese parece ser el proyecto político.  De hecho, ya da un poco igual que haya elecciones de partidos pudiendo hacerlas de magistrados (Aitor Esteban en una de sus intervenciones de lujo), e incluso tirar a suertes los puestos.

         ¡Libertad, libertad… con sed! y de paso ¡Que le quiten el tapón al botellón, al botellón!, por mucho que lo persigan. Hay sed en el aire. Mucha, pero no de justicia, o no en la misma cantidad. Porque vamos a ver, me repito ¿Se van a investigar por parte de los jueces con la misma celeridad las muertes de los ancianos o no? ¿O la demora y las quisicosas son un capote a la derecha que teme verse alcanzada de lleno por esa investigación como autora de delitos graves?

Nos encontrábamos y nos encontramos ante una pandemia desconocida frente al la que se ha actuado a base de aciertos, errores y palos de ciego porque no había otra forma. ¿O la hay? Porque si la hay y alguien posee el secreto, no estoy muy seguro de que lo comparta: es negocio.

Tal vez ese campeón de la mala fe que es el pepero Casado sepa algo, porque es una especie de imparable Don Nicanor tocando los… la moral, y lo mismo que te dice una cosa, te dice la otra, como Pazos (pero sin tanta gracia), el fabuloso gánster gallego de la película Airbag, el del conceto. Tenía razón el hombre, aquí se ve que lo que importa es el conceto, no los muertos, no la amenaza constante de una imparable pandemia, no el miedo o la inconsciencia asocial, pandémica también esta, no la privatización de la sanidad hecha negocio… Ay, amigos, el conceto, «a los hechos me repito».

*** Artículo publicado en los diarios del Grupo Noticias, el 18-VII-21