Kavafis leído en una taberna fantasma

De todas las versiones posibles de este poema de Kavafis, escojo la de la Ramón Irigoyen porque fue a él a quien primero le escuché recitar este poema, va para cincuenta años, por afecto y porque me consta su solvencia en la lengua griega… La extraña cargante, la excesiva frivolidad (Álvarez) y el mañana tengo mucho tiempo, y la soledad de una taberna verde y amarilla de luz, y moscas, en una casa que te dirán derribada, pero que tú sigues viendo en pie, como hace cincuenta años. Tú, el único parroquiano, que pide dos negronis inauditos en ese tugurio que ya estaba abierto cuando unas puertas más allá funcionaba el burdel de La Turca, Teodora Moazos Folakis, con su descapotable y sus galgos borzois. Burdel de papel y tinta ese: García Serrano acaricia su Mauser como si fuera un gato. Edificio derribado ese. Las puertas blindadas se las llevaron los gitanos para chatarra: Pamplonico gli campeoni! Dos negronis, uno para tí y otro para el fantasma que tenga a bien dejarse caer a esa hora muerta, a echar su trago fino y a trapichear con burlas feroces y melancolías profundas.

En la medida que puedas

Y si no te es posible hacer la vida que deseas
intenta al menos esto
en la medida que puedas: no la envilezcas
en el contacto asiduo con la gente,
en asiduos ajetreos y chácharas.

No la envilezcas arrastrándola,
dando vueltas constantes y exponiéndola
a la idiotez diaria
del trato y relaciones,
hasta que se convierta en una extraña cargante.

Me acuerdo… (15)

Me acuerdo de un poema de Luis Cernuda dedicado a Paul Verlaine y Arthur Rimbaud, titulado Birds in the Night, porque es de lo primero que conocí de él, gracias a Ramón Irigoyen

El gobierno francés, ¿o fue el gobierno inglés?, puso una lápida
En esa casa de 8 Great College Street, Camden Town, Londres,
Adonde en una habitación Rimbaud y Verlaine, rara pareja,
Vivieron, bebieron, trabajaron, fornicaron,
Durante algunas breves semanas tormentosas.
Al acto inaugural asistieron sin duda embajador y alcalde,
Todos aquellos que fueran enemigos de Verlaine y Rimbaud cuando vivían.

Con la tristeza sórdida que va con lo que es pobre,
No la tristeza funeral de lo que es rico sin espíritu.
Cuando la tarde cae, como en el tiempo de ellos,
Sobre su acera, húmedo y gris el aire, un organillo
Suena, y los vecinos, de vuelta del trabajo,
Bailan unos, los jóvenes, los otros van a la taberna.

Corta fue la amistad singular de Verlaine el borracho
Y de Rimbaud el golfo, querellándose largamente.
Mas podemos pensar que acaso un buen instante
Hubo para los dos, al menos si recordaba cada uno
Que dejaron atrás la madre inaguantable y la aburrida esposa.
Pero la libertad no es de este mundo, y los libertos,
En ruptura con todo, tuvieron que pagarla a precio alto.

Sí, estuvieron ahí, la lápida lo dice, tras el muro,
Presos de su destino: la amistad imposible, la amargura
De la separación, el escándalo luego; y para éste
El proceso, la cárcel por dos años, gracias a sus costumbres
Que sociedad y ley condenan, hoy al menos; para aquél a solas
Errar desde un rincón a otro de la tierra,
Huyendo a nuestro mundo y su progreso renombrado.

El silencio del uno y la locuacidad banal del otro
Se compensaron. Rimbaud rechazó la mano que oprimía
Su vida; Verlaine la besa, aceptando su castigo.
Uno arrastra en el cinto el oro que ha ganado; el otro
Lo malgasta en ajenjo y mujerzuelas. Pero ambos
En entredicho siempre de las autoridades, de la gente
Que con trabajo ajeno se enriquece y triunfa.

Entonces hasta la negra prostituta tenía derecho de insultarlos;
Hoy, como el tiempo ha pasado, como pasa en el mundo,
Vida al margen de todo, sodomía, borrachera, versos escarnecidos,
Ya no importan en ellos, y Francia usa de ambos nombres y ambas obras
Para mayor gloria de Francia y su arte lógico.
Sus actos y sus pasos se investigan, dando al público
Detalles íntimos de sus vidas. Nadie se asusta ahora, ni protesta.

“¿Verlaine? Vaya, amigo mío, un sátiro, un verdadero sátiro.
Cuando de la mujer se trata; bien normal era el hombre,
Igual que usted y que yo. ¿Rimbaud? Católico sincero, como está demostrado”.
Y se recitan trozos del “Barco Ebrio” y del soneto a las “Vocales”.
Mas de Verlaine no se recita nada, porque no está de moda
Como el otro, del que se lanzan textos falsos en edición de lujo;
Poetas mozos de todos los países hablan mucho de él en sus provincias.

¿Oyen los muertos lo que los vivos dicen luego de ellos?
Ojalá nada oigan: ha de ser un alivio ese silencio interminable
Para aquellos que vivieron por la palabra y murieron por ella,
Como Rimbaud y Verlaine. Pero el silencio allá no evita
Acá la farsa elogiosa repugnante. Alguna vez deseó uno
Que la humanidad tuviese una sola cabeza, para así cortársela.
Tal vez exageraba: si fuera sólo una cucaracha, y aplastarla.

El delfín de La Dulce Venecia

Uno como este pescó El Astrónomo una noche muy larga, es decir, una noche de andada tremebunda, con Patxi Asirón (Potzolo) recitando a César Vallejo en su considerando en frío, porque llovían cuerdas. A la vuelta vivía Ramón Irigoyen, que escribió aquel estupendo poema que es «La Dulce Venecia regala bombones a Pamplona». Como Ramón hacía vida de lector nocturno, íbamos a su casa de la Mañueta porque siempre tenía la puerta abierta.
Después de dar muchas vueltas por aquí y por allá, un chamarilero, ya fallecido y con cariño recordado, le vendió ese delfín a Pablo Antoñana, quien lo colocó en su biblioteca como un trofeo… Le conté a Pablo la historia, pero pensó que era invención de gamberros salidos de I vitelloni.

https://vivirdebuenagana.wordpress.com/…/la-dulce-venecia-…/

La Dulce Venecia (Diario volátil)

P1050002Estaba ahí hace nada y Ramón Irigoyen, a final de los setenta, cuando era vecino encantado del barrio, le dedicó uno de sus poemas de Cielos e Inviernos (1979), para mí uno de los dos grandes libros de poesía de la década de los setenta, el mejor de los de su generación desde luego. Ahora es otra cosa, al local me refiero. La ciudad cambia, tú envejeces, te acomodas como puedes a los cambios, los celebras, pero a oscuras, a puerta cerrada, te quedas traficando con tus recuerdos, confundes las cosas, loqueas y sonríes, porque sabes que en ese territorio eres inalcanzable, creas otro mundo que solo se parece de lejos al que fue, un mundo a tu medida, cada día distinto incluso, que no te pueden quitar. Son las especias intensas de la imaginación las que dan verdadero sabor al plato de grisalla cotidiana: «Soy el portavoz de un mundo perdido, presente para mí», lo canta con ferocidad Léo Ferré en Et basta! A menudo escucho ese monólogo. Me reconforta… no es poco. Ahora mismo no es poco encontrar algo que te reconforte.