Valparaíso, mon amour

Hacía tiempo que no escribía tan a gusto (pura y mala retórica porque ha sido un gozo escribir «Emboscaduras y resistencias» que publicará en breve Alberdania), pero he vuelto a las páginas escritas en y desde Valparaíso, y a los días allí vividos con entusiasmo, en un frente doble además. Me curo de ese modo de escribir ahora mismo de Madrid (me doy un respiro), porque la ciudad actual me agobia y enoja (gracias a sus gobernantes y a quienes les apoyan de manera combativa) que de la crónica vital y memorialista, doy sin darme cuenta en el libelo o en libro de combate. Con Valparaíso eso no pasa porque hablo de días que fueron para mí gozosos, lo mismo que las páginas literarias (ajenas) a ellos aparejadas.

Madrid, derivas

Fui a Correos a echar una carta, pero aparte de una importante cola callejera, rumorosa y enfurecida, en la flamante oficina no había buzón, de modo que regresé a las calles del barrio en busca de uno. Lo encontré, amarillo y solitario frente a un descampado sembrado de escombros de infraviviendas derribadas hace poco más de dos años. En el camino me tropecé con ese alarde de nocturnidad artística furtiva. Terminé la mañana en la bodeguita de Eric, peruviano, bebiendo un vino (garnacho) con un amiguete anciano que me contó cómo fusilaron a su padre en 1939, cuando la familia era vecina de las viviendas tremebundas de Tetuán de las Victorias, barrio libertario y miliciano, que me suele mostrar Carlos García-Alix cuando voy a visitarle en su estudio. Cosas del Madrid Callejero, digamos.

Con Madrid a vueltas

Madrid eterno (del XVII para acá), Francisco Umbral en la primera línea de Travesía de Madrid (1966): «Al taxista le entregué una moneda de diez duros y me dio la vuelta de cinco». Hace años, muchos, en el Sol, de Jardines (a cuyo dueño conocí en un manicomio), un argentino me quiso estafar haciéndose pasar por policía (el conocido timo del «pasma ful»)… Los demás tropiezos con camareros, taxistas más o menos piratas, furtivos incluso, porteros, cerrajeros (internéticos), hospederos, matones uniformados, chulos poligoneros son propios de ese eterno juego entre un tonto y un sinvergüenza. Hau saltsa!, dicen en el Valle, pero sí, eso forma parte de la Gran Parada circense, de la fauna urbana.

Travesía de Madrid, Fantasía Borbónica… hace falta ser muy obtuso (esa dramática falta de comprensión lectora que cunde) para no poder apreciar que en esas y otras novelas/memorias de Umbral, además de follar, hay MADRID, que en el fondo es el asunto de Umbral: la ciudad, su callejero, barrios, guetos, su fauna, su paisaje, su clima, sus olores,

Arquitectura del XIX, escachada con diseños del XX pretencioso y diseñador (reflexión al pie de las Torres Colón en obras): «Edificios que son como un puñetazo en la mesa», escribe Rafael Chirbes en sus diarios. Hablando de la Gran Vía, Ramón Gómez de la Serna calificó su arquitectura de «cataclismática».