
El de la imagen no estaba en venta. Una pena. Hubiese sido un buen recuerdo del Puerto. Formaba parte de la decoración del escaparate de una ferretería en el día del mar. Es el único hermoso que logré ver porque todos los demás querían ser y no eran. Alcancé a ver unos en Isla Negra, pero me venció la pereza de las colas y de la mala gana y peor fe de las mozas que atendían aquella barraca de feria nerudiana. Neruda y su preciosa «Oda al buque en la botella»
la verdad
es que nadie
lo construyó
y no navegará sino en los sue-
[ños.
Gonzalo Torrente Ballester –¿Quién se acuerda? Cada día que pasa más olvidado– y los barcos encerrados en botellas que excitaban su imaginación y le empujaban a la escritura. Barco en botella el de la taberna Panama, de La Havre, en la película El muelle de las brumas, de Marcel Carné. Cacharrería de la iimaginación, fetiches de la soledad y de una intimidad silenciada.
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