
Palais Royal
Pues aún tardan brujerías y encantamientos,
leyendas y oscuras querellas,
y la fiebre, y el mutismo, y el recuento
final de un cortejo de sombras y sueños malogrados,
y la última Ronda del Palais Royal
no es todavía más que un salón helado
de pasos perdidos y agobiados,
unas arquerías en las que escamotearse
como un paseante cualquiera,
solitario y ocioso en la atardecida,
y dejar, por unos instantes, de ser un perseguido,
un hombre pobre acosado por una cita inaplazable.
Pues aún hay un instante breve de reposo,
una duermevela, tal vez en esa pieza recóndita
del Café de la Regencia,
donde el polvo simula nubes o mapas de otras tierras.
La ciudad sigue siendo grande y lejana,
Una vieja promesa de ventura con castaños frondosos,
aunque ya algo desvaída, triste, gastada,
como tu propia vida,
gris de lluvia al otro lado
del vidrio de tu refugio: una silla y una mesa en un café;
o rumorosa de hojas secas en el Luxemburgo,
glacial en una esquina de la calle de la Luna
por donde desaparecieron amigos y sueños
de una vida mejor en otra parte, o ahí mismo,
que habías visto por un instante en su término.
Pues aún es tiempo de escribir:
Me gusta la vida enormemente.
*** Este poema lo publiqué, por invitación de Félix Grande, en Cuadernos Hispanoamericanos. Homenaje a César Vallejo, vol. 2, núm. 456-457 (junio-julio 1988), pp. 620-621. Lo escribí el año anterior no recuerdo dónde, tal vez en el Monasterio de Leyre o en mi casa de Pamplona, en el Paseo de Sarasate, 7-3º, donde viví entre 1950 y 1991. Tiempo este de resumen y recuento.
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