Palais Royal (César Vallejo)

Palais Royal

Pues aún tardan brujerías y encantamientos,
leyendas y oscuras querellas,
y la fiebre, y el mutismo, y el recuento
final de un cortejo de sombras y sueños malogrados,
y la última Ronda del Palais Royal

no es todavía más que un salón helado
de pasos perdidos y agobiados,
unas arquerías en las que escamotearse
como un paseante cualquiera,
solitario y ocioso en la atardecida,
y dejar, por unos instantes, de ser un perseguido,
un hombre pobre acosado por una cita inaplazable.

Pues aún hay un instante breve de reposo,
una duermevela, tal vez en esa pieza recóndita
del Café de la Regencia,
donde el polvo simula nubes o mapas de otras tierras.
La ciudad sigue siendo grande y lejana,
Una vieja promesa de ventura con castaños frondosos,
aunque ya algo desvaída, triste, gastada,
como tu propia vida,
gris de lluvia al otro lado
del vidrio de tu refugio: una silla y una mesa en un café;
o rumorosa de hojas secas en el Luxemburgo,
glacial en una esquina de la calle de la Luna
por donde desaparecieron amigos y sueños
de una vida mejor en otra parte, o ahí mismo,
que habías visto por un instante en su término.
Pues aún es tiempo de escribir:
Me gusta la vida enormemente.

*** Este poema lo publiqué, por invitación de Félix Grande, en Cuadernos Hispanoamericanos. Homenaje a César Vallejo, vol. 2, núm. 456-457 (junio-julio 1988), pp. 620-621. Lo escribí el año anterior no recuerdo dónde, tal vez en el Monasterio de Leyre o en mi casa de Pamplona, en el Paseo de Sarasate, 7-3º, donde viví entre 1950 y 1991. Tiempo este de resumen y recuento.

Maison de Balzac

P1050402Lo he llevado de un lado a otro desde enero de 1989, cuando estaba escribiendo La gran ilusión y pasé  un par de ajetreadas semanas en París, pateando calles y pasajes, fijando escenarios. Reuní una copiosa información de esos días. Una mañana helada fui hasta Passy para visitar la casa de Balzac, motivado por unas cartas a Madame Hanska que acababa de comprar en la librería Jousseaume, de la Galerie Vivienne. Era el único visitante, así que recorrí al casa y el jardín como me dio la gana. Quería ver el sillón en el que Balzac se sentaba a escribir y dijo desfondaba, porque me parece un símbolo de lo que es la escritura, al menos como yo la he concebido durante años, y también una cafetera de porcelana que era idéntica a una que había en los vasijeros de nuestra casa de Obanos. Al salir, en un callejón que baja hasta el Sena, la rue Berton, tuve un incidente desagradable con una mujer empingorotada que creía que la iba a atracar y con un gendarme de la guardia de la embajada turca. Son cosas que echas a beneficio de inventario del relato. Curioso callejón ese que serpetea entre tapias, una de ellas la del palacio de la princesa de Lamballe,  personaje o cuando menos seudónimo de una novela de Patrick Modiano, La Ronde de nuit, Swing Troubadour, alias la princesa de Lamballe. Volví a la casa en otras ocasiones, pero, como es preceptivo, nada fue lo mismo. [Del Viaje alrededor de mi cuarto]

Rue des solitaires

13221059_1150862364946236_5116867257641907973_n1.- Esa es una calle muy frecuentada sobre todo por los que no lo son  y hacen de la soledad una impostura literaria de baja estofa. Pocos son los que no reivindican estar en ella domiciliados de fijo, nada de residencia secundaria, nada, por mucho que la miga de su vida sea el enredo, la madeja de dímes y diretes, la bulla de los acólitos, el cruce incesante de llamadas y mensajes… solitarios, sí, del mundo uníos, dejó dicho D’Ors de aquel escritor falangista que se murió en una sucia ciudadela disfrazada de vergel toscano… De no creer… sí, de mucho creer, tal vez demasiado… los cepos te esperan donde menos te lo esperas

2.- En la calle de los Solitarios, del barrio de Belville, en Paris, localizó Pío Baroja su novela El hotel del cisne (sobre la que escribió un magnífico ensayo Juan Pedro Quiñonero), pero en la que jamás hubo un Hôtel du Cigne, como sostiene Mainer. Yo ya dije donde y en qué circunstancia pudo ver Baroja un Hotel del Cisne, con su flamante enseña de neón, y no voy a repetirlo, porque para qué. Pasé por ella por última vez hace seis años. Estaba menos descalabrada a como la recordaba de otras ocasiones en las que, por razones familiares, anduve por esos rumbos… habían pasado unos cuantos años, la verdad. Dicho lo cual, esa novela crepuscular de Baroja y su historia es para mí de lo que más interés conserva su obra (y el ensayo de Quiñonero, que me parece ineludible y ofrece un copioso abanico de pistas a seguir en la novela y más allá de esta)