René-Guy Cadou/Jorge Teillier

«Quien entra por azar en la casa de un poeta», de René-Guy Cadou en Les biens de ce monde (1951).

Quien entra por azar en la casa de un poeta
No sabe que los muebles se apoderan de él
Que cada nudo de la madera encierra
Más gritos de pájaros que el corazón del bosque
Y basta que en la tarde sobre un rincón brillante
Una lámpara pose su cuello de mujer
Para liberar de pronto mil enjambres de abeja
Y el olor a pan fresco de cerezos floridos
Pues tal es la alegría de esa soledad
Que una caricia cualquiera de una mano
Devuelve a los muebles pesados y taciturnos
La levedad de un árbol en la mañana

Traducción de Jorge Teillier

Texto original:

Celui qui entre par hasard dans la demeure d’un poète

Celui qui entre par hasard dans la demeure d’un poète/ Ne sait pas que les meubles ont pouvoir sur lui/ Que chaque noeud du bois renferme davantage/ De cris d’oiseaux’ que tout le coeur de la forêt/ Il suffit qu’une lampe pose son cou de femme/ A la tombée du soir contre un angle verni/ Pour délivrer soudain mille peuples d’abeilles/ Et 1’odeur de pain frais des cerisiers fleuris/ Car tel est le bonheur de cette solitude/ Qu’une caresse toute plate de la main/ Redonne à ces grands meubles noirs et taciturnes/ La légèreté d’un arbre dans le matin.//

El poeta de este mundo (A René-Guy Cadou), de Muertes y maravillas

«Poeta de nombre claro como un guijarro en medio de la corriente, 
reunías palabras que eran pedernales 
de donde nace un fuego que no es olvidado. 
René-Guy Cadou, amigo del tonelero, el cartero, el aduanero y el contrabandista, 
vivías en una aldea de seiscientos habitantes. 
Allí eras profesor rural, 
el peso del olor del jardín vecino sofocaba la sala de clases 
como a la sala de clases donde tu padre había sido maestro. 
Te gustaba hablar con la gente de cara parecida a ollas de greda, 
caminar descalzo, 
ver jugar a las cartas en la taberna. 
En la noche a la luz de un fuego de espino 
abrías un libro mientras Helena cosía 
(«Helena como una gota de rocío en tu vaso»). 
Tenías un poeta preferido para cada estación: 
en otoño era Verlaine, la primavera te traía todas las rosas de Ronsard, 
el invierno llegaba con el chirriar del carruaje del Grand Meaulnes 
y la estación violenta 
el ruido de espadas entrechocándose en una posada de Alejandro Dumas. 
Tú nunca estabas solo, 
te iluminaba el recuerdo de tu padre volviendo de caza en el invierno. 
Y mientras tus amigos iban al Café, 
a la Brasseire Lipp o al Deux Magots, 
tú subías a tu cuarto 
y te enfrentabas al Rostro radiante. 

En la proa de tu barco 
te asomabas a ver los caminos de tu país de hadas y pantanos, 
caminos trazados como las líneas de un cuaderno de copia. 
Tus palabras llegaban 
como pájaros que saben que siempre hay una ventana abierta 
al fin del mundo. 
Y los poemas se encendían como girasoles 
nacidos de tu corazón profundo y secreto, 
rescatados de la nostalgia, 
la única realidad. 

Tú sabías que la poesía debe ser usual como el cielo que nos desborda, 
que no significa nada sino permite a los hombres acercarse y conocerse. 
La poesía debe ser una moneda cotidiana 
y debe estar sobre todas las mesas 
como el canto de la jarra de vino que ilumina los caminos del domingo. 
Sabías que las ciudades son accidentes que no prevalecerán frente a los árboles, 
que la poesía no se pregona en las plazas ni se va a vender a los mercados a la moda, 
que no se escribe con saliva, con bencina, con muecas, 
ni el pobre humor de los quieren llamar la atención 
con bromas de payasos pretenciosos 
y que de nada sirven 
los grandes discursos tartamudos de los que no tienen nada que decir. 
La poesía es un respirar en paz 
para que los demás respiren, 
un poema 
es un pan fresco, 
un cesto de mimbre. 
Un poema 
debe ser leído por amigos desconocidos 
en trenes que siempre se atrasan, 
o bajo los castaños de las plazas aldeanas. 
Pocos saben aquí lo que es un poema, 
pocos han puesto su cara al viento en medio de un trigal; 
pocos saben lo que es un poeta 
y cómo debe morir un poeta. 
Tú moriste en un cuarto en donde se congregaba toda la primavera 
mirando un cesto con manzanas. 
He visto morir a un príncipe 
dijo uno de tus amigos. 

Y este Primero de Noviembre 
cuando me rodean los muertos que siempre están conmigo 
y pienso en tu serena y ruda fe 
que se puede comprender 
como a una pequeña iglesia azul de pueblo 
donde hay un párroco que no pide sino compartir su pan. 
Tú hablabas con tu Dios 
como al pobre hijo de un carpintero, 
pues sabías que también se crucifica todos los días a un poeta 
(Jesús tenía treinta y tres años, 
Jean Arthur también era Cristo 
crucificado a los treinta y siete). 
Pero a ti no te importaba que te escupieran la cara o te olvidaran 
porque como tú lo decías, nadie puede impedir a un pájaro 
que cante en la más alta cima, 
y el poeta derribado 
es sólo el árbol rojo que señala el comienzo del bosque.

Casa de citas: Dominique de Roux

En Dominique de Roux (1935-1977) hay Ezra Pound, Céline (La mort de L.F.–Céline), Witold Gombrowicz (Lo humano en busca de lo humano), Borges, Allen Ginsberg, el Portugal colonial, abocado a la revolución del 73, las ediciones de Cahiers de L’Herne, la editorial Christian Bourgeois, el poeta Guy-René Cadou (traducido con fervor por el chileno Jorge Teillier)… De Roux polémico y provocador, visionario, a contracorriente siempre (o casi), de inclasificable ideología, ligado al golfo de Jean-Edern Hallier…

«La gente que viene, universalmente presurosa, todavía somos nosotros soñando con nuestras casas, con nuestros destinos, a medida que estos se derrumban al cruzar la frontera del mundo nuevo, la vida errante». (Maison jaune)

«Los poemas de marzo»

Si no me equivoco, ese era el título de un conjunto de poemas que escribió o iba a escribir, un personajes de Cornejas de Bucarest, novela, ficción autobiográfica de primera y burla de pamemas críticas y otras. Pero lo cierto es que me gustaría que hubiese poemas de marzo o en marzo, como hace unos pocos años, cuando vivía en Arraiotz. Quieres escribir poemas, pero no puedes, las ideas y las palabras son fugaces, demasiado. Querer no es poder, al menos en este caso. Me gustaría meter el silbido matutino del mirlo en un verso o las fantasmagorías del bosque, pero no soy Georg Trakl y de la lluvia y su calma ya escribió Jorge Teillier.  Se fue febrero con sus carnavales, los lilos, los narcisos, la soulangiana, las peonías y el muguet andan brotando, y la camelia ya hace un par de semanas que empezó a echar flores. Un mes de trabajos para darle cara al jardín, y lo que falta… Comme le temps passe. Una obviedad de la que es difícil sacar nada, aunque te acompañe Frescobaldi: poemas de gabinete, poemas de caminante. ¿Y poemas de revuelta? Ganas no faltan ahora mismo. Octavio Paz advertía contra ese prurito y su mal envejecimiento a nada que estén demasiado atados a los hechos concretos que los provocan.

 

Brasillach

Comme le temps passe…  de pronto recuerdo que es el título de una novela, de amor y de guerra (PGM), del notable escritor Robert Brasillach, fusilado a la Liberación por activo colaboracionista con la Ocupación y por traición, pese a todas las peticiones de clemencia que tuvo, incluida la de Albert Camus. Lo leía hace años, más por ser un personaje de la novela negra del tiempo, que por su esteticismo y sus ideas políticas que me parecen repugnantes, incluidos sus elogios al golpismo franquista: Les Cadets de l’Alcazar. Odioso antisemitismo del periódico Je suis par tout… Una obra sólida, importante, de creación y erudición la suya (Virgilio), que su activismo político antisemita y las consecuencias que para él tuvo, ocultan. En Gilbert Arragon (de la Petite Bayonne entonces) se me escapó una muy maltrecha edición de esa novela, pero con una mención manuscrita que daba cuenta de que  esa mañana habían pasado por las armas a Brasillach. Vivir entre reliquias, mal asunto; es tanto como vivir en lo perdido. Y lo leído allí queda, como una rara bruma, engañosa. Pensaba que casi todo podía leerse con frialdad y distancia, por encima de las ideas venenosas, como si no fueran contigo, pero ahora mismo esas ideas regresan alimentando políticas sociales algo más que autoritarias. Estaba equivocado.

 

«A veces es bueno…» (Rolando Cárdenas)

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Y sigo con Rolando Cárdenas, «despertado» por Jorge Muzam.

BÚSQUEDA

A veces es bueno abandonarse al propio olvido
como si el saber sonreír
fuera más fácil que morder una fruta.
Ir por las calles perfectamente solo,
sin más compañía que nuestra cotidiana tristeza y nuestros pasos,
amando una vez más la sencillez del aire
de la manera como se recuerda la infancia,
o ese otro tiempo pulverizado
cuando se buscaban las primeras estrellas en las charcas.

Es bueno sentarse entre amigos y vasos
a observar como todos abandonan algo suyo
en la música que los impulsa y transforma en seres sin huesos,
mientras la noche trepa por los muros
buscando también dónde esconder su espera,
y después salir hacia el alba
con un poco más para alimentar futuras soledades.

Es bueno comprender que estamos hechos de recuerdos,
un poco de tiempo que crece sin escucharnos
y de muchas cosas que no comprendemos.

A veces es bueno detenerse a contemplar la hoja que cae
cuando la palabra primavera
no es lo que nosotros quisiéramos que sea.

[De Tránsito breve, 1961]

Rolando Cárdenas, poeta magallánico (Pesquisa y antología)

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Cárdenas y Teillier

Rolando Cárdenas, nacido en Punta Arenas, Magallanes, en 1933 y fallecido en Santiago de Chile, en 1990. Vida azacaneada la suya. Muerto en la pobreza, de hambre dijeron. No sé. En sus datos biográficos abundan las pérdidas. «¿Cómo fue posible que haya muerto en el más absoluto desamparo en su departamento de calle Teatinos, horas después que Eliana?», escribirá Aristóteles España en 1993.  He buscado libros suyos en España y no he encontrado ninguno. Tal vez haya mirado mal, pero en el portal de la Biblioteca nacional de Chile,  Memoria chilena, he encontrado varios de sus libros.

Leo que su padre era un domador de potros chilota, de un lugar que puede resultar inverosímil, de Curaco de Vélez, en Chiloé: Ahora, si viviera, / de seguro saldría en su caballo / como un espectro bajo el cielo, / a contar sus estrellas, / a verificar las tinieblas. / Se detendría a observar las estaciones y sus rebeldes señales invariables: /»Seguramente lloverá mañana / porque las nubes han bajado sobre las montañas».

Cárdenas y la lluvia austral: La porfiada presencia de la lluvia / que danza agua sola hasta anegar el aireEl viento y la nieve en Punta Arenas, las galernas del estrecho de Magallanes. Tierra de Fuego y los Onas y Alacalufes, el Darwin, los canales, los chilotas y sus hogueras en la noche…  Los campos. Las alambradas: «La provincia blanca, como la llamaba Cárdenas Vera, es el lugar del silencio y del viento – de ese lado del mundo / donde el viento se levanta feroz en las noches / y en los lánguidos días– , el silencio de la nieve, es la embrujada blancura que penetra el corazón y que jamás podrás olvidar, como no se olvida el amor primero», escribió en 1997 Juan Pablo Riveros, cuando le hicieron un homenaje que no lo rescató del todo el olvido.

Y de Magallanes/Patagonia a Santiago, con mucha soledad y mucho silencio en el equipaje. En Santiago frecuenta la Biblioteca Nacional donde  se encuentra con Jorge Teillier que le avaló, sin ahorrarse críticas certeras a sus lugares comunes y  donde tomaría en las filas de la «sagrada hermandad vespertina de la Unión Chica», ese restaurante santiaguino donde Adolfo de Nordenflycht me habló por primera vez de Teillier. Vespertina y vinosa.  Teillier fue un prelado de esa hermandad. Quedan seis libros de poesía: Tránsito breve (1961), En el invierno de la provincia (1963), Personajes de mi ciudad (1964), Poemas migratorios (1974), Qué tras esos muros (1986), el póstumo Vastos Imperios (1994) y la obra completa de 1994 prologada por Ramón Díaz Eterovic

 

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Luis Sánchez Latorre en una de sus siluetas de Memorabilia (Impresiones y recuerdos)

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OVEREND (De En el invierno de la provincia)

Nada detrás de este silencio de roca,
detrás de estas raíces
que piden eternidad a una tierra que no existe.
y no descansa el aire doloroso y perfecto,
y la soledad detenida como un río del cielo,
distante y profunda
como el parpadeo de los planetas más lejanos.

Nada, sino pensar
en la ruta extraviada de los barcos
buscando ciudades en la bruma,
que a vece aparecían debajo de la lluvia,
o cuando el sol abría el horizonte
brillaban como la nieve en las tres agujas del Paine.

También el mar sin tregua está presente
con algo de humano y taciturno dentro de su bahía,
rodeado de una corteza petrificada y roja,
inexpresiva y poderosa
como el sueño de los que se ahogaron
lejos de la desvelada luz de los faros.

Y sin embargo, se suaviza su materia oleosa
cuando copia el vuelo de cenicientos petreles.

Al final,
más allá de lo que no ba transcurrido
y no conocemos, porque todo es más antiguo que el silencio, la noche y las aves obscuras se parecen,
existen ciudades de oro donde nunca se muere,
existe el agua y rocas manchadas por el musgo,
y una lluvia que vuelve a construir lejanías
en busca de buena tierra
para que asomen los bosques.

 

FANTASMAS
A Jorge Teillier

Han de venir de pronto
por una tarde llena de lluvia,
a esa hora en que el panteonero se levanta desde el N. O., en el antiguo cementerio,
para soplar por la bahía
y calles inclinadas donde no reinan las hojas.
La tinieblas caerán con frío
hasta hacer desaparecer las siluetas
de viejos pontones carboneros.

Y será de nuevo la infancia desvelada
en una pieza obscura, sin respirar casí.
Y toda la casa estará llena de ellos
y todo ellos alrededor de la lluvia
y del viento que silba en lo alambres.

Así transcurrían esos días
en una casa brumosa y encantada,
junto a una abuela tierna
como si fuera a nombrarla.
Cuando era fácil asombrarse
ante palabras llenas de innumerables secretos de los que alguna vez pasaron
por aquellos pueblos fantasmas
donde la muerte alejaba a los pájaros.

Sus voces los hacían respirar y moverse en las sombras alguna de esas noches
en que la luna y el mar se detenían
para resucitar antiguas leyendas chilotas
de barcos iluminados con extraños tripulantes deformes.

Así sucederá.
Porque me basta saber que el panteonero
se levanta de nuevo desde el N.O.
con aquellos que han perdido la memoria bajo la tierra
y me toca con una mano helada.

 

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YO SOLO SE QUE VENGO REGRESANDO

Nunca fue mi tristeza más callada y tranquila
que cuando te encontré, viniendo desde el tiempo,
desde el fondo, desde años.

Siempre fuiste como una conjunción de principios.

Nunca, tal vez jamás,
podré tener esa actitud tranquila que tenía mi madre,
porque ahora soy otro.
Sólo el espectro es el que queda
con mi mismo ropaje,
con mis mismas palabras,
que buscan el oído, vacilantes.
Y es que no puede ser de otra manera.
Entraba por el alba como por una puerta
y me encontraba solo, hasta el alba siguiente.
Pero estaban mis libros,
unos, más queridos que otros,
que esperaban callados que yo los penetrara
con ojos de estudiante,
y ellos me mostraron el encantado mundo de las cosas.

Ahora que regreso,
hacia las mismas horas que un tiempo
me llevaron de la mano por mi infancia callada,
las encuentro como si nunca hubiera existido.
Y ahí está mi amigo el árbol,
y esa misma calle,
un poco encorvada por la lluvia y la nieve,
más allá tengo a mi viejo amigo el mar
siempre acariciando a mi ciudad tranquila,
y los cerros lejanos,
y la flauta del viento que danza en las veredas,
el rostro amigo,
y la mano y la boca que sonríen
como final de tanto tiempo ausente.

Pero no. No es posible.
Yo sólo sé que vengo un poco triste
y un poquito cansado
de tanto soñar con todos los crepúsculos que hoy toco con mis manos. 
Pero yo te quería decir otras palabras,
y mirando esta tarde me fui por los ensueños y recuerdos como en una nave.

Yo siempre quiero penetrar las cosas
y ser como ellas son,
incluso, más sencillo que la canción del agua.
Pero cuando converso con mis manos
no puedo evitar estar un poco más callado,
que es un modo de mi tristeza,
porque nunca estoy seguro de nada,
ni siquiera que existo en esta tarde azul,
ni siquiera que estás a mi lado
en la actitud callada de una flor.
De nada estoy seguro,
y ahora lo confieso, era eso,
precisamente eso,
que está presente desde antes que te viera,
sobre lo que quería conversarte.
…pero, es la tarde, hay mucho sol,
tal vez, mañana el alba te lo diga…

 

REGRESO

Un día regresaremos a la ciudad perdida
como las estaciones todos los años,
como una sombra más en las tardes,
preguntando por antepasados
o por el río en cuyas aguas se quebraba el cielo.

Será en invierno
para revivir mejor los grandes fríos,
para ver de nuevo
el humo negro de los barcos cortando el aire,
para escuchar en las noches
los pequeños ruidos de la nieve.

Nos sentaremos a la mesa como si tal cosa
a probar el pan de otros días.
Un pájaro que cruce por la ventana
nos hará pensar en el bosque de pinos
donde el viento se revolvía furioso.

También preguntaremos por antiguos amigos
pensando quizás en el rostro de alguna muchacha.
Aún existirá el boliche
donde se reunían viejos campesinos.
Nos invitarán a beber y a conversar
asuntos que nadie olvida.
El tiempo no es más que regreso a otro tiempo.
«Todos nos reuniremos alguna vez bajo tierra».

Alguien nos reconocerá a la vuelta de la esquina.
Será como venir a saludar desde otra época.

[De En el invierno de la provincia (1963)]

 

BÚSQUEDA

 A veces es bueno abandonarse al propio olvido
como si el saber sonreír
fuera más fácil que morder una fruta.
Ir por las calles perfectamente solo,
sin más compañía que nuestra cotidiana tristeza y nuestros pasos,
amando una vez más la sencillez del aire
de la manera como se recuerda la infancia,
o ese otro tiempo pulverizado
cuando se buscaban las primeras estrellas en las charcas.
Es bueno sentarse entre amigos y vasos
a observar como todos abandonan algo suyo
en la música que los impulsa y transforma en seres sin huesos,
mientras la noche trepa por los muros
buscando también dónde esconder su espera,
y después salir hacia el alba
con un poco más para alimentar futuras soledades.
Es bueno comprender que estamos hechos de recuerdos,
un poco de tiempo que crece sin escucharnos
y de muchas cosas que no comprendemos.
A veces es bueno detenerse a contemplar la hoja que cae
cuando la palabra primavera
no es lo que nosotros quisiéramos que sea.

 

EN SUMA; TODO ES REGRESO

En el océano de esas noches
me detuve con mis signos, dispersándome
de aquellas colinas que han dejado de ser
(ahora deben estar pobladas de tejados rojos),
de la nieve sobre la soledad de los domingos,
de esa agua helada que nos ha rodeado siempre
y del fuego, que nos separaba del invierno.

Un tiempo definitivamente transcurrido y olvidado
por esa decisión
de esconderse cerca de este otro lado del mar.

Ahora era tu voz grave
como madera resonando levemente tocada,
tenazmente alejados de lo que no fuera ese secreto,
dispuestos a dejar atrás lo que nos había afrentado,
a rehacerlo todo en esa casa perdida bajo el cielo
en una alianza de pronto despertada.

El silencio también era un silencio lleno de voces
que con el sueño llegaba
copado con los sonidos ocultos de la noche y la tierra.

Sin duda eras un horizonte ausente
blanca y dormida,
la que no me oye en su humedad salobre
pero en un gesto repentino me acerca,
más que la espuma preparándose desde lejos
distante de tus ojos obscurecidos por la tarde.

Eras mucho más que el frío aire de la madrugada
que nunca logró penetrar en ese pequeño escondite cerca del mar.

 

 

EL HOMBRE COTIDIANO
Hay un gesto cotidiano que nos dice:
hay un modo de estar que nos delata,
y siempre el tiempo que nos recuerda quiénes somos.

Se nace una mañana empapado de alba
después de recorrer la infancia más remota,
después de volver del colegio
comiendo una naranja lentamente,
sin fijarse mucho si estamos sobre un puente,
sin ver apenas cómo alas dibujan el paisaje.

Nos sacamos nuestra máscara de sueño
para penetrar en el día. De pronto recordamos
que hay cosas que decir
sin importancia alguna,
copiar actitudes como ante un espejo
de una manera implacable,
para ser una vez más fantasma entre fantasmas.

Entonces nuestra tristeza nos recuerda
que alguna vez podemos herir el día con el grito,
para arrojar entre ruinas ese lento morir,
más breve aun que la luz en el agua.
Que podemos liberarnos de esas cosas antiguas
que siempre se suceden cansadas como siglos,
y que se puede resucitar la lluvia entre las piedras,
y siempre nuestro olvido,
sin necesidad de esperar las estrellas
para buscar en el diccionario la palabra extraviada.
ELEGIA DEL FUTURO SUICIDA

Yo hablo de la integridad
como si la palabra misma fuera indivisible,
o como si todo alguna vez no retornara a nada.

Pero esto no es así.

Llega un momento en que se acaba el sueño,
La mano ya no quiere aprisionar.
La flor se desploma sobre el musgo.
Los ojos quedan secos.
La caricia no existe.
Ni la palabra amada.
Ni el rumor que se levanta del saucedal frondoso.

Nada importa que el viento golpee en cada puerta.
Ni que la lluvia humedezca nuestro calzado y nuestra alma.
Ni que la abulia sea un buitre que devora a pedazos la esperanza.

Se quiere aprisionar la risa en el puño
como una mariposa,
pero ella se aleja hacia otros privilegios.
No quiere compartir el beso que la boca entrega en la ausencia,
ni el cuerpo que se da en la hora furtiva,
ni la palabra que impulsaría a conquistar el aire.

La soledad alzándose, infatigable planta,
va construyendo un clima de sonrisas enlutadas.
La memoria yace derribada por la astenia
en actitud de delirio.
Ni siquiera es capaz de crear el grito salvaje de la angustia.

La indiferencia penetra por la piel royéndola de a poco.
El asombro por lo que no creímos
se va quedando sólo en pesadumbre
que nos va señalando nuestra propia miseria resignada.
La alegría misma ha quedado derribada en algún rincón de nuestro propio
olvido.

La lengua no blasfema.
Está extática y sola.
A su lado está también la canción trunca
que en un principio pregonaba la fuerza.

El corazón se va quedando solo.
Solo en el día.
Solo en la noche,
como un grito abandonado y yerto.

Ya nada es demasiado indispensable,
sólo el aire.
Lentamente el cansancio va forjando su lágrima.
Todo es latir apresurado hacia el final,
porque en la hora dura no queda nada:
la pureza,
el tiempo del amor iluminado,
el beso antiguo
son casi dolorosa inexistencia.

Pero se llega al día límite
que nos espera como un muro infranqueable
despojado de todo,
que es una manera de mostrar la certeza.

También se puede sonreír al borde de la vida.

[De Tránsito breve, 1961]

 

PAJAROS SILBANTES

Pájaros silbantes son nuestras silbantes lenguas
que se exilian del rencor
bajo calmos tiempos desérticos.

 

«Rolando Cárdenas, el poeta que pasa por contrabando el misterio en palabras simples», por Carmen Avendaño.

«Rolando Cárdenas, la Patagonia como espacio poético»: Reseña de Aristóteles España

«Rolando Cárdenas o la anatomía de un olvido», Juan Pablo Rivero, en Mapocoho, Revista de Humanidades y Ciencias Sociales, Nº 41, 1977.

Leyendo a Jorge Teillier

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Leyendo a Jorge Teillier,  antes de empiece el anochecer. Teillier chileno, poeta del campo baldado, del otoño, la lluvia, los trenes, los muertos que se asoman por donde menos te lo esperas, los regresos imposibles, los recuerdos, sin los que no habría poesía (Nicolas Bouvier):
«Lo que importa no es la casa de todos los días/ sino aquella oculta en un recodo de los sueños»… no importa que no hayas vivido en esa casa, con que la hayas imaginado, en sueños construido y recorrido, basta, con eso basta. Cuanto antes admitas que vives en una casa imaginaria, que llevas una vida imaginaria y que a ratos (muchos y por fortuna) eres un personaje imaginario, mejor que mejor.
¿Desde dónde escribes?
«Estábamos en la última calle de un pueblo del sur»
Importa esa última calle, importa ese pueblo al borde de lo que es silencio, bosque, lejanía.