Mojigangas barojianas

Vaya este comentario al hilo de un artículo publicado hoy en el diario, progresista, Público a propósito de una mojiganga política montada en Madrid por unos bribones sobre la chepa de Pío Baroja.

No me meto con quienes disfrutan de la lectura de la obra de Baroja y por lo que se refiere a los homenajes, saraos y mojigangas de las instituciones o de cuadrillas de granujas al alboroto festivo, diré que me importan un bledo. Allá cada cual con sus farras, sus películas y sus negocios (que lo son).

Dicho esto, añadiré que lo publicado por Público es de una falta de rigor lamentable: Baroja, paladín de la libertad y hombre humilde y errante, fue antisemita con crueldad (episodio de los judíos rumanos en «El hotel del cisne») y que lo fueran muchos no es excusa para los disparates ofensivos que escribió hasta muy tarde, estudiados al detalle por un profesor holandés; calumnió sin riesgo a personajes de la República en papeles publicados y en inéditos, e injurió a todo aquel que le caía mal y no podía defenderse por haber fallecido (Valle o Solana por ejemplo); silenció a todo el que podía hacerle sombra siquiera de lejos con una falta de empatía que da risa; mintió a placer sobre su vida y milagros (hay que leer los trabajos del profesor Mikelarena sobre el episodio de Santesteban/Bera), afirmó con desprecio no haber votado nunca, pero que fue a votar en el referéndum franquista de 1947 (documentado de su puño y letra: BNE), fue antidemócrata, antisocialista, anticomunista y apoyó de manera expresa de la dictadura del general Primo de Rivera, se colocó en la solapa la insignia nazi que le envió su amigo el suizo Schmitz cuando fardaba por exótica y se benefició de la jerarquía militar aristocrática de los alzados (Sánchez del Aguila Mencos por ejemplo) y de jerarcas falangistas del Diario de Navarra (Uranga), y hasta carlistas, de la mano de Ignacio Baleztena en el 38; anduvo, también en el 38, brazo en alto en Salamanca; urdió el albondigón de Comunistas, judíos y demás ralea, según él mismo escribe (con apoyo de correspondencia) en papeles inéditos que publiqué sin problemas en 2007 (Tiempos de tormenta); como no estoy seguro por no poder cotejar lo que me gustaría –un libro primerizo y dedicado del chileno Salvador Reyes con notorios subrayados que estaba en la biblioteca de Itzea y algunos de sus relatos tardíos–, no le acuso de plagiario; fue desagradecido con quienes le ayudaron en momentos difíciles (la familia García Larrache: en París y en Bayona), envidioso y resentido… lo de los jefazos republicanos yéndose a América con furcias a gastos pagados (y sus hijos hasta con máquinas fotográficas) es indecente, ya lo conté en uno de mis ensayos… puedo seguir… las casi 2000 páginas escritas sobre él con apoyo documental me avalan.

El propio Baroja dijo que que lo mismo que había escrito «hombre humilde y errante», podía haber escrito orgulloso y sedentario: una de sus muchas patochadas.

¿Que le quieren hacer hijo adoptivo del país de los Mandingas? Que le hagan, pero no pienso cantar el Ba-ro-já, gure patroi handia! porque estimo que, además de devocionarios y hagiografías (genuino estilo español de la biografía me decía Ian Gibson un día que hablamos de estos negocios), conviene asomarse a páginas críticas, escritas al margen del dictado de la famiglia o del hampa académica y sus cuadrillas, y si se tiene tiempo y ganas huronear por bibliotecas, hemerotecas y archivos…

Ah, se me olvidaba, me gusta mucho, pero mucho Silvestre Paradox y considero magistral la trilogía de La Busca, Aurora Roja y Mala Hierba, pero el autor es quien se puso en escena y no otro.

Barojiana, despedida y cierre

Esta noche empezó el otoño, otra estación y otra historia. Así suelo pensar un año detrás de otro, aunque lo más normal es que luego sea la misma y tozuda historia.

Así las cosas, diré que el próximo 8 de octubre me despido de la ciénaga barojiana dando una conferencia sobre el espejo de tinta de Baroja. Y lo hago entre gente a la que no conozco, en unos casos, y en otros a la que no puedo dar la mano ni con cordialidad ni por cortesía, y con la que en consecuencia no puedo compartir nada amable. Qué asco, hostia, qué asco. Con la excepción expresa de la profesora Celia Fernández Prieto, a quien estimo desde hace mucho y de quien guardo recuerdos de días hermosos. Los demás son gente que, como digo, no conozco o ni me interesa ni me gusta, por no decir que lamento haber conocido. Sé que es mutuo porque me lo han demostrado.

Me dirán que para qué acepté dar esta conferencia. Muy sencillo. Por varios motivos. Uno por corresponder a la generosa invitación del profesor Insausti, autor de una obra literaria y ensayística notable. Otro por no decir que no y no colaborar con ello a la leyenda de ogro (batasuno) que me han echado encima: si me invitan, acudo, salvo en caso de fuerza mayor. No juego a maldito, como dice un hijueputa de Logroño. Y otro más, en fin, para despedirme en forma de los afanes de la espesa ciénaga barojiana.

Meses pasados, con la acogida preceptiva, publiqué un copioso ensayo biográfico de Baroja y una gavilla de textos cuyo sentido es mostrar cómo fui en este asunto del entusiasmo al asco más rotundo. No puedo añadir nada a lo que que allí dije. Por liquidar he liquidado hasta mi biblioteca barojiana, no así algún documento sensacional que me sirve para demostrar que nunca actué con abuso de confianza.

El mayor error de mi vida de escritor ha sido ocuparme de Baroja. Bastante más de 2.000 páginas, entre artículos, prólogos, conferencias, ensayos… qué ingenuidad la mía y qué tiempo más desperdiciado.

Tengo más de setenta años y nada que perder y menos que ganar, Baroja pues, a la mierda y para siempre, ni una línea más, ni un libro más, ni mucho menos una conferencia. No saben ustedes el alivio que siento de separarme de ese pringue de barojianos mafiosos, ya cierren filas alrededor del cretino engominado de Dosdedosdefrente o del sucio gánster del inmobiliario.

Pío Baroja, a escena

Un amigo me avisa de que está prevista su publicación para el próximo diciembre, algo que yo ignoraba. Sospecho que su publicación va a dar lugar a episodios entretenidísimos y que la jarana la tenemos asegurada. De no haber mediado unas imperdonables canalladas, hace un año que podría haber estado en la calle. Todo lo sucedido desde entonces (y antes también) lo cuento en otro ensayo. La mala leche persigue a este libro desde que apareció por primera vez en la primavera de 2006 hasta ahora mismo. No se trata de una reedición, sino de una reescritura con abultadas aportaciones inéditas y nuevos episodios de la vida de Baroja, como se verá y podrá comprobarse (unas mil páginas de texto y casi 1.200 notas), pero todo vale si de desacreditar un trabajo se trata… Esto me coge ya muy cansado y aburrido del mundo barojiano. Despedida y cierre. No hay tiempo y en este trabajo lo he perdido a conciencia y no puedo dar una respuesta satisfactoria a la pregunta ¿Para qué? Melancolía del tiempo y el esfuerzo en balde. Bah, ya ando por otras trochas.
¡Venga, chotas, al tajo! Ya estáis tardando en ir con el cuento al Dosdedosdefrente.

Jacques Callot y un tontiloco

89 JACQUES CALLOT (1592-1635) Peasant Squatting 1617 m

El tontiloco engominado, palillero del Botánico, hace cagar; pero esto es lo que pienso del bellaco que intentó intimidar a mi editor por publicarme Pío Baroja, a escena para que no lo hiciera… Ese trabajo, de muchos años, aparecerá en unos meses, una vez pase esta galerna vírica. Es para mí un descanso, aunque haya otro ensayo a la espera, Otoñal y barojiana, en otro editor. No me espero nada bueno, al revés, sé que la camorra está sólidamente armada entre una patulea de estómagos agradecidos y tramposos de casta y alcurnia.

Fastos barojianos

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Con el 60 aniversario de la muerte de Pío Baroja vuelven los fastos barojianos en esta cultura nuestra de la conmemoración, el evento y las funciones culturales institucionales.  Alguno se extraña de que mi nombre no aparezca por ninguna parte relacionado con Baroja. Soy conflictivo, dicen, ellos sabrán por qué,  y que mis trabajos nada valen, es una opinión, molesta, pero opinión.
Para mí Baroja es una página de mi vida ya pasada. Creo que, al margen de haber escrito cientos de páginas, soy sin duda el escritor en lengua castellana que más paginas ha escrito sobre el autor y su obra, lo digo sin jactancia, solo porque es verdad, molesta por lo visto, pero verdad (reto a cualquiera a comprobarlo), y porque nadie lo va a decir en mi lugar: biografías, estudios de aspectos parciales, conferencias, artículos, reseñas, prólogos, trabajos puntuales… ha sido tirar mi tiempo y mis ganas por la ventana: trabajos inútiles y ya perdidos, por ninguneados a conciencia por los bonzos de la cultura política española, pues en estos términos es preciso hablar ya. Escribí una extensa biografía, Pío Baroja, a escena, (destruida), la más completa me temo, nada. Escribí un ensayo exhaustivo, hasta la minucia dijeron, sobre Baroja y la Guerra Civil, Tiempos de tormenta. silencio, mi trabajo de edición de su mejor novela inédita, Miserias de la guerra,  silencio también, o casi… eso aburre a cualquiera, y luego los malos modos, la mala saña, las mentiras, las insidias, los vetos, las zancadillas, los insultos… como digo, eso cansa a cualquiera, es muy triste en  lo personal y afectivo, y al final te obliga a pasar página, y a olvidarte de Baroja para siempre… de la gentuza que lo tiene patrimonializado ahora mismo es más difícil.
En este país escribir algo crítico en dirección contraria a las devociones comerciales y culturales no te reporta nada bueno. No hay que apartarse de la línea oficial, académica o industrial, hay que repicar como un doctrino la papilla de los devocionarios y de las funciones organizadas en loa del estafermo, que en eso han convertido con sus incensarios y novenas a Pío Baroja. De lo contrario estás fuera.

Rue des solitaires

13221059_1150862364946236_5116867257641907973_n1.- Esa es una calle muy frecuentada sobre todo por los que no lo son  y hacen de la soledad una impostura literaria de baja estofa. Pocos son los que no reivindican estar en ella domiciliados de fijo, nada de residencia secundaria, nada, por mucho que la miga de su vida sea el enredo, la madeja de dímes y diretes, la bulla de los acólitos, el cruce incesante de llamadas y mensajes… solitarios, sí, del mundo uníos, dejó dicho D’Ors de aquel escritor falangista que se murió en una sucia ciudadela disfrazada de vergel toscano… De no creer… sí, de mucho creer, tal vez demasiado… los cepos te esperan donde menos te lo esperas

2.- En la calle de los Solitarios, del barrio de Belville, en Paris, localizó Pío Baroja su novela El hotel del cisne (sobre la que escribió un magnífico ensayo Juan Pedro Quiñonero), pero en la que jamás hubo un Hôtel du Cigne, como sostiene Mainer. Yo ya dije donde y en qué circunstancia pudo ver Baroja un Hotel del Cisne, con su flamante enseña de neón, y no voy a repetirlo, porque para qué. Pasé por ella por última vez hace seis años. Estaba menos descalabrada a como la recordaba de otras ocasiones en las que, por razones familiares, anduve por esos rumbos… habían pasado unos cuantos años, la verdad. Dicho lo cual, esa novela crepuscular de Baroja y su historia es para mí de lo que más interés conserva su obra (y el ensayo de Quiñonero, que me parece ineludible y ofrece un copioso abanico de pistas a seguir en la novela y más allá de esta)

Camorra del condesillo

186508_3021474El peso de las leyendas. De la misma manera que jamás escribí una línea acerca de las enfermedades venéreas de Pío Baroja, pero a sus familiares les vino muy bien la indecencia para armarme una bonita camorra, ahora me gustaría saber en dónde escribí yo que los miembros de la Órden de Malta eran unos asesinos, gilipollas es posible (por algunos de los que he conocido), pero asesinos no creo, lo que no quita para que el conde de Casa Palomeque y falso barón de Espejo velado por el trago, se agarre a la infamia y se sirva de ella para ponerse digno y altivo, defendiendo un honor que le naufraga un día sí y otro también al pairo de unos metros de vino. Así las cosas, puedes llegar a aborrecer mucho no ya una ciudad, sino un paisanaje –Del bávaro matón  y del bobo que le azuzó para que, muy valiente, me atacara por la espalda, ya hablaré otro rato y de aquel que no estaba pero expande lo que los otros quieren oír a cambio de unos tragos, también–. Me gustaría saber, digo, dónde escribí tal cosa acerca de los miembros de la Orden de Malta para, de ser cierto, retirarlo, pero no así que el condesillo, a quien sus compinches de andada apodaban El Muñeco, caballero de honor y devoción,  es un redomado cretino y,  con pistolita o sin ella, un parásito social. Y adiós muy buenas. Todo tiene un límite.

Otoñal y barojiana

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Xantelerreca esta mañana.

Escribo esta página un 30 de octubre, en el 59 aniversario del fallecimiento de Pío Baroja. Un día esplendoroso de otoño, de cobres intensos, amarillos luminosos, pardos y verdes; no uno de borrasca, como fue el de su entierro, en Madrid, en 1956. Lo hago desde el País del Bidasoa, el de su famosa República, sin frailes, sin moscas y sin carabineros, pero con su perpetuo Momentum castrophicum a cuestas, y sus chapelaundis, siempre necesarios, y sus chapelchiquis repulsivos, a cada cual los suyos. Y ahora que me fijo, lo evoco desde muy cerca del lugar donde pudo haber perdido la vida el escritor, el 22 de julio de 1936, de no ser por la intervención de un militar, descendiente de uno de los aristócratas que el propio Baroja puso en escena en ese mismo lugar, acompañando la entrada en España de Carlos VII de Borbón y Austria-Este: «ese patán agromegálico que apenas hablaba el castellano», lo crucificó Baroja, que luego se asombraba de que los carlistas le odiaran.

Un lujo de colores que piden el acordeón de sus elogios, que obligan a recordar sus propios pasos, de los que dio cuenta en muchas páginas memorialísticas. El otoño era sin duda su estación favorita, de la mano de Verlaine o de la de algún zorzico del país. Todo muy lírico, en la escena, con pocas sombras. La realidad, como siempre, fue siempre más sombría. La aventaba y conjuraba escribiendo. Un sentimental, así subió Baroja al tablado de papel, así lo ve su público, vagando por los bosques y collados de un país en el que vivió menos de lo que se supone.

De su generación, es el escritor que sin lugar a dudas sigue de verdad vivo, más que nada porque tiene la suerte de convocar lectores, barojianos o no, abonados a Baroja por devoción o por no tener mejor cosa que hacer, como dijo el vasco chileno Juan Uribe-Echeverría, que lo evocaba en la plazuela dedicada al creador de Shanti Andía, en Cerro Cordillera, Valparaíso, lejos, mucho, a donde Baroja pudo ir de refugiado, como aquellos otros que allí estaban evocándole, huidos de la represión franquista, y que si no viajó, eso dijo al menos, fue porque había demasiada agua entre el París que iba ser ocupado por los alemanes (a los que nunca vio entrar en la ciudad) y el lejano Chile de los aventureros de la costa, tal y como que le proponía, desde la Embajada chilena, Salvador Reyes, su admirador, cuyo libro Tres novelas de la costa (1934) leyó con pasión (a juzgar por sus subrayados…) en la calle de los Solitarios, esa en la que nunca hubo un Hotel del Cisne, el de los malos sueños, los de la edad y el miedo. Barojianos montaraces y barojianos «salonardos», como lo fue el propio Baroja, en esa otra vida social de la cordialidad pacífica, elegante. El escritor tildado de hosco y asocial no rehuyó ni los tugurios y cafetines del Madrid de La busca, ni los salones de los aristócratas. Tuvo que ser un contertulio ameno, como lo son algunos de sus personajes contrafigura, que les llamaban, tanto de joven como en sus temibles años crepusculares. Vueltas y revueltas de una vida cuyo trazo resulta apasionante.

Baroja es también el autor del que hay que hablar bien en público y merendar en privado, tren de mercancías entre amigotes del hampa académica y veloz y majestuoso clíper del opio o acontecimiento de literatura mundial en otras palestras, dependiendo del mercado, de la oportunidad, de la ventaja que se pueda sacar con ello… Muy barojiano.. No, él no creo que fuera así, pero es que hablando de Baroja todo resulta muy barojiano, hasta lo que no lo es.

¿Por qué se le sigue leyendo en una época en la que los lectores desfallecen? Porque lo ponen de lectura obligatoria en los colegios o lo ponían, y por algo más. Por el lector adulto, en sus horas por fuerza solitarias, en el tiempo de la remembranza que fue el de Baroja, se recuerda en el joven que buscaba refugio en la lectura y que por un momento se sintió Martín Zalacaín o Andrés Hurtado acogotado por el medio, buscando una salida, una puerta de escape: los rebeldes barojianos que crecían más en la imaginación de sus lectores que en las páginas literarias; y por esos otros que en el mapa de sus páginas buscan una guía para el viaje sin objeto del que se sienten protagonistas: «Bah, literatura amigo Thompson, sombras, sueños». Quién no ha soñado con esperar a una fugitiva, de noche, al pie de un acantilado, en una barca, y que le caiga una monja encima. ¿Surrealismo? No, aventura, cosas de los hombres de acción a los que les han hablado de Nietzsche, en un ahumado cafetín apretado de bohemios hambrones, en el paseo de los desmontes, con el Guadarrama nevado a lo lejos o en los barrizales de las Injurias.

Baroja con o sin lectores es objeto de un culto apasionado que ningún otro escritor de su generación concita (con el desprecio pasa lo mismo). Así, Francisco Nieva, en Carne de murciélago, en su crítica feroz de la cultura española, sostiene que el colmo del gozo bibliofílico sería «tener una novela de Baroja, encuadernada en piel de Baroja» (pág. 155). Devociones extremas que a mí ya me ponen en guardia.

«Baroja fue para los de mi generación –dice pomposo el don Batallas que está de guardia– un emblema de resistencia y rebeldía». Es posible, no lo dudo, pero basado más en una leyenda que en realidades contrastables. Baroja y sus rebeldías, Baroja anticomunista, anti demócrata, antirrepublicano confeso y contundente antes de la guerra civil, durante la guerra y después de esta cuando trataba con Aunós y sus policías. Hombre de otro tiempo, del antiguo régimen digamos. Inclasificable. Se nos escapa entre sus páginas, ahí creemos atraparlo y nos acaba enseñando nuestros propios fondillos.

acto-oficial1 El día que desaparezcan los barojianos será la señal de que la sociedad española habrá alcanzado su madurez e integración, sostenía en 1961 Luis Martín-Santos, tras decir de manera muy perspicaz que «la obra de Baroja es una vasta galería de inadaptados». Los barojianos no han desaparecido y la sociedad española vive horas sombrías. Reclamarse barojiano, como liberal o como archidemócrata, siendo lo contrario, es barato, y sobre todo viste. No te reclames nada, sigue por la trocha barojiana cuando su creador habla de vagamundos y de aventureros, de gente sentimental y sincera, y de esa otra que se echa en solitario a los caminos…

Con todo, fuera del rincón de lectura, en la rueda de la fortuna de la cosa pública, peligroso terreno el de Baroja, porque ahí no hay que apartarse de la cátedra y sus dictados, ni de la congregación de la doctrina barojiana, ni de la lectura canóniga de su obra, digo bien, canóniga. Qué poco tiene eso que ver con el Andrés Hurtado que encarna Baroja, ya al humo de las velas, en viajes de ida y vuelta, con el otoño, en sus Horas solitarias, mientras al otro lado del monte, en la iglesia de Urruña, el sol habrá ahora mismo dejado de iluminar la leyenda de su reloj de sol: «Vulnerant omnes, ultima necat».

* Artículo publicado en ABC Cultural, de Madrid, el 7.11.2015

** La segunda fotografía corresponde al paso de Pío Baroja por Salamanca en enero de 1938.

Barojiana…

DSC_0091 DSC_0087Fortuna audaces iuvat… hace unas semanas, en un restaurante de Penha Garcia  –¿o fue en Perales antes de quedarme boquiabierto ante una procesión nocturna de la Semana Santa que parecía salir de una estampa de Regoyos?– me acordé de algunos de mis personajes literarios sin saber que me los iba  a encontrar días después, en la rúa de los Peregrinos, cuando yo mismo me entretenía en dar con las huellas de los huaqueros navarros a los que atraparon hace años en la torre Almenara, en Gata, dedicados a excavaciones arqueológicas clandestinas…
Mixtificaciones: palabra que Baroja usaba mucho como un arma arrojadiza contra todo el mundo, menos contra la imagen que le devolvía el espejo. Hace tiempo que no me ocupo de las andanzas de Baroja ni de los Baroja. Siento auténtica tristeza  por todo lo que está con ellos relacionado. Fue una pérdida de tiempo y de energías, una mixtificación, el ocuparme de la biografía de Baroja, los ensayos, los artículos, las conferencias, los trabajos de edición a él o a su mundo literario y familiar dedicados… Los cientos de horas para preparar la edición de Miserias de la guerra, cotejando originales, estableciendo el texto definitivo… Muchas páginas y no pocas de ellas silenciadas por la falta de decoro editorial o por la mala leche barojiana y de los «barojianos». ¡Qué trabajos más inútiles! Y qué miopía la mía en lo personal. Los Baroja no quieren amigos, quieren lacayos, palmeros, devotos, incondicionales, gente que calle y trague sin rechistar, y baile al son que les venga en gana. Y eso, a cierta edad, se aguanta mal. El mundo académico se ha prestado al juego de una manera por completo acrítica, babosa y lacayuna: indecorosa. Lo puedo decir porque he reducido al mínimo mi relación con personas con él relacionadas, y ya nada tengo que perder ni temer en ese terreno. ¿Qué me van a quitar? Nada. Es un alivio. Corren días de acabamiento, de resumen, de cerrar el equipaje, las puertas y las ventanas. Hace poco repasaba con disgusto las páginas de mis diarios escritas en  los días de 2005 y 2006 pasados en Itzea trabajando en originales inéditos de Pío Baroja. Tarde o temprano verán la luz. A mí me han hecho ver con claridad esto que digo: esos trabajos de años han sido una monumental perdida de tiempo, lo único que tenía y lo que todavía me queda de manera que sé crepuscular. Lo que ya no estoy dispuesto a malgastar… y aquí sigo dándole vueltas a una carraca podrida.