Caza de citas: Ramón sobre Quevedo

Quevedo en su torre maltrecha (calavera de torre) de Juan Abad, señorío inútil como no fuera para retirarse, rumiar y aguzar el aguijón de su ingenio: «Todo es preparación para el viaje de vuelta cuando en la noche de Madrid descubra otra vez las cucarachas»

Y más adelante:

«Cuando llegaba a la corte era un compañero alegre de vivir esa solidaridad que han inventado los hombres para creerse libres del enterramiento en la tierra, que es la idea que viene del campo como una polvareda».

América, América… civilizada (Ramón Gómez de la Serna)

Muchas sandeces patrióticas se han dicho alrededor del 12 de Octubre por boca de los habituales profesionales de la ignorancia, como la bobería de la implantación de la religión y la civilización en unos países de antropófagos y etcétera… Es difícil ganarles en esa carrera tras la estupidez.
Ramón Gómez de la Serna cierra su ensayo dedicado a «Quevedo y América» con unos pasajes que invitan a reflexionar sobre el papel de la administración española (denunciada por Felipe Guamán Poma de Ayala entre otros muchos).

Qué acierto de Ramón cuando dice «que el español no sabía entonces mucho de América y que solo vivía de ver la realidad madrileña, sus vendedores de perros, sus grupos de pajes y escuderos esperando alquilador…». Me recuerda a Galeano cuando dijo que España conquistó América, pero no la descubrió, ni entonces ni ahora.

Ramón aventura un motivo por el que los escritores no pasaron a Indias, aunque se olvida de Mateo Alemán, que sí lo hizo, aunque ya de viejo y sin intención alguna de regresar, dejando a su espalda el Guzmán de Alfarache.

Bayonesa

Cumpliendo con el vicio de pasar por Bayona en día de mercadillo de cochambres, pero luminoso, antes de regresar a casa perseguido por mi propia sombra a hacer un rato de poesía (mala) de la experiencia, o de dietaridescouilles, como si a alguien le pudiera interesar a dónde vas o de dónde vienes, o si te compras un libro o dos. Qué petulancia la tuya, aunque no tanta como la de Pinocho de Alzate, alias Dosdedosdefrente, representante de la gomina hispana y del cuento vasco, que es, en sus manos hamponas, peor que el chino (cuento) o que el de la pera de Murcia.

Por lo demás, qué vas a contar. Las cosas en su sitio, más decoradas, eso sí, que hace dos años, esos que se han esfumado como por arte de ilusionista apolillado y nos han dejado baldados, hechos pecios de nuestro propio naufragio. Todas las previsiones líricas y filosóficas se han quedado cortas. Nos despedimos en conocidos o saludados, en judas de sobremesas, y nos vemos, de lejos, en enemigos, nos desconocemos, nos damos miedo o asco. Somos –¡ellos, ellos…! nosotros no, nosotros angelicales– mucho peores de lo que pensábamos. Irremediables. De la calamidad hemos hecho negocio. No hay quien nos pare.

Ha fallecido Alfonso Sastre y las trincheras se enardecen, salen a relucir las navajas, esas que a Umbral le evocaban la Ñ de España. Nos rebanaríamos el pescuezo si pudiéramos, si saliera del todo gratis.

—¡Uyyy, cuánta solera tiene eso!
—¿Pero hay gente que compra estas mierdas?
Conversación de dos paisanas españolas ante el espectáculo de la cochambre, esa que un día fue la alegría de una casa y que ahora mete miedo, apesta a muerte –Eugène Dabit, sí,el de Hôtel du Nord, en su Diario–, a madriguera de fuina, a oficio de vaciadores de casas de las que los que quedan vivos huyen a la carrera. No hay recuerdos que valgan, hay herencias enojosas. Mala, pésima poesía. No somos RAMÓN.

Tinta roja

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         Escribir como Gómez de la Serna, con tinta roja, y decir, enseguida además, «Escribo con sangre», sin reparar en que la frase puede resultar tremebunda, porque lo es, además de una formidable gansada ad usum amigos de las altivas enormidades, pero tampoco en que con sangre no se hacen más que morcillas y que estamos hablando de tinta y de papel, y del tener algo que decir, sobre todo de esto último. Gómez de la Serna, personaje literario ya más que autor al que de ordinario no se frecuenta o se frecuenta poco, menos de lo que parece, escribía, además, sobre papel amarillo. Todo muy rojo y gualdo. Ahora, eso sí, lo primero, el material, el atrezzo, y sin visitar a Cornejo, luego ya se irá viendo, a lo mejor vivimos para contarlo, a lo mejor contamos a palo seco, que es una forma como cualquier otra de ir viviendo, a lo mejor no contamos nada.

         Con Nabokov pasaba lo mismo, te comprabas unas cartulinas Bristol , unos lapiceros HB2 de buena marca y dos o tres mil duros de libros de mariposas y, hala, a escribir Lolitas y Adas y Arlequines. Nada como el atrezzo, el disfraz. Luego resulta como con las plumas estilográficas robadas, sustraídas, distraídas, del mogolloncillo madrileño de Ramón para el temblor aquel famoso de la reliquias literarias, que con ellas en la mano, cuando escriben, que no siempre lo hacían, no es tan fácil escribir algo que logre cautivar a un lector, no es tan fácil llevar la vida a los papeles, no es tan fácil inventar sobre el dechado de los hechos que comúnmente suceden, y hasta el más tonto se da cuenta de lo cansadas que resultan las imposturas que no dan en invenciones y el andar todo el día a vueltas con una máscara literaria en el empeño vano de ser el que no se es al margen de la página, al margen de ese discreto comercio que caracteriza la relación entre el autor y sus lectores, y que es lo único importante del negocio, lo demás, las tintas de colores, el papel, la mesa, el atril nabokoviano, el relicario al completo, no pasan de ser sino pijadas que sólo salen a escena cuando el autor se hace personaje literario y nada más que eso. [Gorritxenea, 1999]

 

Nota de 2020: eran burlas sobre las propias imposturas, gatillazos, manías… de todo había.

 

 

 

«La navaja de escribir»

1405955793_902633_1405956563_noticia_grande«La navaja de escribir…» Algo así me dijo Rafael Chirbes la primera vez que hablamos: hay clases sociales (y no solo en Madrid) en las que solo se puede entrar a punta de navaja. La navaja, ni siquiera el bisturí, eso lo dice todo.

Ramón, «psicólogo de las cosas» que vivía cerca «del manicomio de los libros viejos», en un escenario abigarrado, no muy higiénico, en opinión de reyes, mezcla de todo lo habido y por haber, de lo muerto y dejado de lado, de lo recogido en el arroyo del Rastro y de lo llegado de muy lejos: las casas de los muertos, los carros de los traperos…

«Ramón: Hijo de tu pueblo, golfo intelectual de la villa y corte: bajo la gorra sospechosa de tu ironía, te veo escabullirte, saltando sobre el «Carolus» de la calle empedrada, con la navaja de escribir en la mano. Solo tú sabes por dónde se está desangrando, gota a gota, el corazón de Madrid».

Alfonso Reyes, enero de 1918, casi en la época en que lo retrata Diego Rivera en compañía de sus libros mayores.

RamónGómezdelaSerna