Giocondas, Mariano Baptista, un recuerdo.

Las encontré esta mañana merodeando por el Marais. Me recordaron de inmediato a Mariano Baptista Gumucio, un amigo muy cercano de mis días bolivianos, a quien he perdido de vista y de leída –y a Beatriz y a José Manuel–. Mariano coleccionaba Giocondas a modo de divertimento decorativo. Las había por toda su casa de La Paz, en los rincones más insospechados. Tuvimos mucho trato. Algo pasó en mi último viaje de 2017 a propósito de la granuja que fungía de agregada cultural de la Embajada rojigualda, a la que no conocí, pero a la que le caí mal, vaya por Dios, lo suficiente para se dedicara al bonito deporte del zancadilleo junto con la directora de la sucia Casa de España, a la que lo bolivianos acuden como becerros a la mamadera; y algo habría pasado después, me temo, al tiempo del golpe boliviano de los golfos (el Murillo y la otra, la que está en la cárcel, aquella que enarbolaba la Biblia como una porra) cacareado por el panfleto de Inda y la policía política y la extrema derecha españolas con intención de reventar el resultado de la izquierda en las elecciones. Pena. Las cosas como son, yo ya no me apeo de lo vivido… El patrañeo en el relato de la propia vida es otra historia.

Calle del Pensamiento Turístico

Tal vez sea este el nombre de calle más pintoresco que he visto en mi vida. La encontré cerca de La Paz, en una de las subidas a La Muela del Diablo, y le saqué esa rápida fotografía.
La fotografía me la recuerda Facebook, donde la publiqué hace un par de años, además de hacerme esa pregunta robótica de a ver en qué estoy pensando, pues en que raro es el día que no me acuerde de Bolivia, a fin de cuentas he pasado, mes a mes, casi dos años de mi vida allí, a lo largo de 11 viajes.
Fruto de esos viajes he escrito cuatro libros sobre Bolivia –Cuaderno boliviano (2008), Chuquiago, deriva de La Paz, en edición boliviana y española (2017 y 2019), Cirobayesca boliviana en 2019 (una crónica de viajes y ensayo sobre Ciro Bayo en Bolivia) y la novela Diablada, en 2019–, además de un número considerable de páginas de diarios correspondientes a los años de mis viajes, algunas conferencias (en la Feria de Santa Cruz, en la UMSA de La Paz…), prólogos o epílogos a obras bolivianas (incluido un texto para el pintor Raúl Lara), y una nutrida gavilla de artículos de prensa publicados en España sobre temas diversos… como bien sabe el Instituto Cervantes, la Embajada española en Bolivia y su Casa de España, la AECID… a pesar de que mis viajes no fueron, en ningún caso, ni oficiales ni subvencionados (hasta tuve que pagarle una cena a un menda de la AECID porque estaba hambriento y corto de fondos el pobre… episodio siniestro aquel). No les caigo en gracia a las instituciones (o a los bellacos en ellas enchopinados), ni allí ni aquí, ellos a mí tampoco, a mano estamos. Hojarasca, nieve de ayer… É la nave va.
Quedan pendientes de publicación mis diarios del 2014 y del 2017 que juzgo extraordinariamente entretenidos, más para unos que para otros, pero en eso poco puedo hacer.

Instituto Cervantes de París, Homero Carvalho Oliva, Ramón Rocha Monroy, Alfonso Murillo, Claudio Ferrufino-Coqueugniot, Edgar Arandia Quiroga, Ricardo Camacho, Humberto Quino Márquez

Me acuerdo… de Mariano Baptista Gumucio.

Mariano Baptista… Me acuerdo de él con afecto y gratitud, mucho y mucha, por todas las atenciones recibidas en muchos viajes a La Paz, y las muchas risas que hicimos en un momento y en otro. Coleccionaba imágenes de la Mona Lisa. Estos  días de pateo urbano me he encontrado varias decorando de una manera u otra las paredes. En el 2017, en torno a aquel desastre de edición de Chuquiago por los maleantes de 3 600, no entendió que no quisiera almorzar con la indeseable agregada cultural del Embajada de España en La Paz, que para mí son gentuza o como tal se han comportado conmigo. Pena.