Merodeos

Ese «vino de mierda» me lo encontré esta mañana, de cielo limpísimo y aire helado, en un supermercado de Bayona (asuntos prácticos de largo metraje y escaso interés). No lo he comprado no por nada, sino porque la Montagne de Saint-Emilion o el Saint-Estèphe me parecen más fiables (a cierta edad las fantasías gastrosóficas están de más) y porque ese subtítulo publicitario «El vino de los filósofos» me ha recordado a los nouveaux philosophes españoles de los setenta que se las daban de fines gueules, estetas, hedonistas y demás, muy frecuentadores de bars à vin parisinos, exclusivos y para entendidos, y que me han acabado dando asco, todos, sin excepción. Dicho lo cual, diré que ahora mismo estoy releyendo un libro de memorias montmartresas de Francis Carco que he encontrado esta mañana tras repasar durante un buen rato las pilas de libros en equilibrio inestable de la librería de Gilbert Arragon y encontrándome con sombras que me son queridas: Pascin , Daragnès, Mac Orlan (pintor antes que escritor), Kiki de Montparnasse, Max Jacob, Gus Bofa, André Salmon, El Lapin Agile, Paco Durrio, Manolo… y toda una pléyade de sombras del Batallón de la Mala Suerte, los vencidos, los fracasados, los suicidas, los asesinados… Tremenda esa pipa de opio que cierra sus recuerdos. Qué me importa que estos nombres poco o nada digan a los lectores de hoy. Nada mejor que encontrar refugio en un mundo cada día más imaginario. Se ha hecho tarde para ir a la caza de lectores o para husmear el aire de la época (atufa, ya lo has escrito y hasta la saciedad).
Carco, Francis, y ese hermoso poema que le dedicó Louis Aragon: Dis qu’as-tu fait des jours enfuis/ De ta jeunesse et de toi-même/ De tes mains pleines de poèmes/ Qui tremblaient au bout de ta nuit… Vaya, los días esfumados, la juventud, uno mismo y sus poemas… la lupa de un culancho permite ver el panorama, algo borroso eso sí.
Carco, Francis… el editor de Londres, de L. F. Céline apunta que este libro sórdido y violento hasta ahora inédito es una respuesta cruda a esa literatura de soldadesca, macarras y prostitutas de Carco, Mac Orlan y compañía (incluido el pintor Dignimont que tiene sobre ese asunto cuadros espléndidos). Es posible. No lo discuto porque esa poesía negra de la calle y su miseria, esa fantástico social hecho de dolor irremediable, tiene al final poco color, por muy intenso que se dé el brochazo, mete miedo.
Se me ha ido el día, antes de que las heladas hagan caer el lujo último de los castaños, las hayas y los robles… y hasta esa pequeña hortensia que encontré esta mañana.
Ah, se me olvidaba, estaban ya vendidas, pero esta mañana vi dos cartas manuscritas de Paul Morand, escritas desde Vichy, en 1943 –tras su viaje a Madrid donde se reunió con la crème del fascismo literario y periodístico español–, en plena Ocupación y he pensado que tenía razón Céline cuando le decía que, pese a todo, que fue mucho, iba a salir mejor parado que él, tras la Liberación y los arreglos de cuentas… uno poco menos que al chirrión, otro, absuelto, a la Academia, aunque más inmortal uno que el otro.

5 comentarios en “Merodeos

    • También aparece en el libro de Carco y cuenta como Max Jacob hizo de marchante de sus primeros cuadros. Está muy bien el libro, pero el repaso de los que no tuvieron suerte o se hundieron en la miseria impone.

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