El perfumista de Ëyup (diario volátil)

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La ciudad que no vas a conocer jamás, en la que estás algo más que de paso, espectador ávido a ratos y derrotado otros, cazador de sorpresas y de momentos únicos, de estampas como la de ese perfumista del santuario de Ëyup, que vendía aceite de rosas. El perfumista pertenece a un mundo que no es el tuyo, te llevas su imagen, nada más. Es probable que a la vuelta de unos días lo olvides por completo y las palabras aprendidas sobre la marcha también. Por el momento gozas de los descubrimientos, de las sorpresas, del encantamiento. Te dejas. Entregado. Tu cotidianeidad devora, te sigue el rastro, tú no acabas de cortar nunca con ella, la llevas ya en el equipaje, el de mano, te asomas: prensa, correo, estás aquí y estás, más si cabe, allá. Por el momento te ha dejado un olor intenso en el dorso de la mano. Te sigue porque lo llevas contigo, Eyvansaray arriba por la sórdida calle de Yatagan, Balat abajo, hacia la vieja sinagoga.