Exploradores y arqueólogos urbanos

La ciudad, propia o ajena, como Terra Incógnita, o tan conocida que se puede explorar como desconocida, al detalle, de manera maniática. Nunca se acaba de conocer la propia ciudad, sostenía A.M. Pascual, hablando de una ciudad de tercer orden, no de París, ciudad monstruo en permanente derribo y construcción: Blaise Cendrars en Trop c’est trop habla de cómo a su regreso del frente, con un brazo menos, encontró el distrito V de París medio derruido, medio reconstruido y le gustó el resultado. Conocí barrios de París que ya no existen, hacía Bdv. Voltaire. A Perec lo descubrí hacia 1974 gracias a Javierito Matute, cuando vivía por Malakoff o por ahí, construía juguetes y escribía libros imposibles, varios pasos más allá de La vie mode d’emploi. Todo se lo ha llevado el viento, como este Llibre vermelle de Montserrat que escucho ahora y viene de aquella época. Sigo con Pérec, casi mejor, desde su Tabac de la Place Saint-Sulpice, donde me aposenté un enero helado de 1989, a sabiendas de que era el del autor de Les choses, admiración que compartí con Valentí Puig, y el Je me souviens, que me sirvió de guía para un taller de escritura autobiográfica en el Círculo de Bellas Artes. Me escapo por la rue Férou, una de las de Eric Poindron (con quien a gusto compartiría un tartare-frites acompañado de un buen Burdeos joven y un buen Armagnac para postre) y la «música roñosa» de su caja de música. Música de desvanes y fantasmas. Había un comercio de cajas de música en un rincón de las galerías del Palais Royal: plaisirs d’amour ne durent qu’un instant… La ciudad, ese bosque, ese desierto, ese laberinto, a cada cual el suyo.

Blaise Cendrars y «la india»

Eugenia Huici de Errázuriz, por Man Ray

BLAISE CENDRAS Y «LA INDIA»

         El escritor francés, de origen suizo, Blaise Cendrars, viajero, aventurero también, mitómano y fabulador, uno de los grandes, publicara su Prosa del Transiberiano con las ilustraciones de Delaunay, un poema magnífico donde deja escrito que si ha perdido todas las apuestas solo le queda enjuagar su inmensa tristeza viajando lejos, a la Patagonia, a los Mares del Sur: «Estoy en camino / Siempre he estado en camino…». Cendrars viajo mucho, vivió de manera intensa, cuando tenía dos brazos y después de perder el derecho en la Primera Guerra Mundial.

Al tiempo de la guerra de España, su editor (revista Gringoire) le envía a la frontera española a investigar el paradero de un tren con la ayuda militar francesa que debía llegar a los republicanos y había sido detenida en Irun. Lo cuenta en uno de sus libros autobiográficos, Bourlinguer

 Aquellas semanas de agosto y septiembre de 1936, Cendrars se aloja en Biarritz, en La Mimoseraie, la casa de la que él llama «La India», aunque no diga su nombre, pero describe la mansión de su infancia en La Paz, colgada sobre un cortado, donde Cendrars nunca estuvo. ¿Una casa patricia al borde de un risco? ¿Hacia San Jorge? Cendrars viajó a Brasil, pero no a Bolivia. A Drieu La Rochelle le pasó algo parecido.

La India era la millonaria chilena Madame Errázuriz, nacida Eugenia Huici Arguedas, hija de bolivianos. El personaje es fascinante. Fue una mecenas del modernismo, el cubismo y el arte de entreguerras. A ella están unidos los nombres de Cendrars, Cocteau, Picasso (que pintó los frescos de La Mimoseraie), Coco Chanel, Diaghilev, Le Corbusier, Jacques-Émile Blanche, Sargent, Stravinsky… y hasta Pío Baroja a quien visita en Itzea.

         Cendrars cuenta cómo aquellos días de lluvia de mediados de del verano se dedicaban a encender la chimenea con hojas arrancadas de antiguos libros religiosos españoles. En aquel ambiente de borrasca guerrera –desde la casa se podían ver a lo lejos los bombardeos de los franquistas sobre Irun y el fuerte de Guadalupe-, éxodo masivo de españoles, tanto combatientes como civiles que buscaban refugio. La India le contaba a Cendrars de su infancia en La Paz, de las calles en cuesta, de la arquitectura colonial de la casa, de las originarias que la cuidaron, de una hermana curiosa del culto a la China Supay, describiendo una ciudad salida de las mil y una noches, a la que llegaban caravanas de mulas desde minas lejanas… Como si fuera el cronista no de lo que veía y escuchaba sino de lo que le hubiese gustado ver y escuchar e imaginaba de manera furiosa. Mucho inventarse con todo aun para Cendrars de quien uno de sus amigos y biógrafo dijo que había visitado países que no le habían visto. Volverían a encontrarse, en París, en la avenida Montaigne, donde ambos vivieron, una en un piso de lujo, el otro en un hotel en el que se dedicaba a matar ratas con pistola. Sus amigos de aquellos días: Miguel Pérez Ferrero, Salvador Reyes…

         A la sombra de La Paz, también cuenta Cendrars de sus andanzas por la  montañosa frontera franco-navarra donde se tropieza con automóviles de los anarquistas y de los falangistas (verosímil este último dato en aquellos días), ve el incendio pavoroso de Irun antes de su caída, se encuentra con Baroja en San Juan de Luz, va a Burgos a entrevistar al general Mola (no lo consigue), pasa por tierras batidas por la represión de la retaguardia, no por los combates, regresa a donde La India, donde encuentra refugio y escribe su artículo sobre el tren de las municiones que no se publicará nunca, tras perseguirlo a bordo de su mítico Alfa-Romeo blanco manejado con una sola mano: su mano amiga, como escribía en las dedicatorias de sus libros.

*** Texto publicado originalmente en el periódico El Deber (Bolivia), el 29/4/2019
**** Rescato este texto desde Arizkun, en Navarra, el pueblo del valle de Baztan de donde es originaria la familia Errazuriz (Caserío Errazuriz). Me resulta curioso que los tres apellidos de Madame Errazuriz sean navarros: Huici, Arguedas y Errazuriz.

Le Monocolard

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« Le Chevalier de Przybyszewski, dit “Le Monocolard” (porté disparu en Champagne) », que se parecía a Max Jacob porque, como él, llevaba monóculo. Eso escribía Blaise Cendrars en sus recuerdos de guerra. Añadiendo que hubiera ido a los infiernos con tal de saber quién era en realidad Le Monocolard, algo que solo podían comprender aquellos que había sido burlados en una amistad y un día se habían dado cuenta de que habían tratado con un especialista en echar humo a los ojos (tal y como dice Cendrars).

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