Domingo de Carnaval

Hoy, domingo de Carnaval, recuerdo por fuerza la película de Edgar Neville de 1945, con Conchita Montes y Fernando Fernán Gómez. Una película llena de homenajes a Goya y a Gutiérrez-Solana, que me gustó mucho la primera vez que la vi, tarde, a comienzos de los ochenta, en unos carnavales inolvidables que viví en Madrid. Desde entonces la he visto varias veces. Otro tiempo, más amable que este en todo, en los recuerdos y en el modo de vivir el presente. Tiempo de ajuste de cuentas (con uno mismo sobre todo), de balance, de arrojar lastre, de olvidos y despedidas (y cierres). No hay que esperar a la mañana del miércoles de ceniza y al entierro de la sardina. La pandemia ayudando, es momento de cortar con las máscaras tóxicas de tu propio carnaval y casi mejor seguir este, a tu aire, en descampado. Es más sano. Nos hemos visto las caras y no nos gustamos. De hecho, hacía mucho que, si miras bien, no nos gustábamos. Detesto a los tramposos, a los crueles, a los que carecen de toda empatía que no sea la vinosa, a los avaros, a los roñosos, a los profesionales del odio cainita por mucha música que le pongan a su tamtum ergo… siempre hay un ayer, un hoy y ojalá un mañana.

Domingo de carnaval con Gabatxeta al chicotén

En el manicomio de los cómicos en derrota,
paraíso de la farsa y de la sopa,
Gabatxeta, encasullado de funeral,
dirige el coro de locos
y en un armonio asmático,
el poeta sacristanesco y dulce
les toca el tantum ergo a las monjas feroces 
que encuadernan con piel humana,
mientras dura la luz de un cabo de vela,
pero al salir a brincos,
le pellizca el culo a la oronda y pimpante camarera,
la del chocolate espeso marca Fuesa,
tan de negro que parece asistir a sus propios funerales.
Por fin en los huesos acariciado sueño.
Don Gustavo pinta gordas en el suyo.
Toca el sacristán su himno a la patria nueva
la del cajón nuevo y el fraude amable
Gorra ta gorra, Euskadi!
Tócamela otra vez Sam, tócamela
¡Venid y vamos todos con flores a la mansa!
Y la mansa, a las órdenes de una boticaria leprosa,
le bota un usual ardiente y mañanero
a un santo bebedor que acierta
a pasar por allí y bizquea
pelirrojo repentino del trago venenoso,
santo bebedor también este
el hijo de la Trampa y la Tramoya
urde nuevas falanges menesterosas
a la manera de un Sánchez Mazas de arrabal
y don Ganbela patizambo come y come
y vuelve a comer antropófago caníbal 
No te fíes de los zambos, decía Arletty,
aquella  que no tenía el coño para ruidos patrióticos,
y menos de los judas romos, 
añade la neskita apaleada de Botica Vieja
con su jeta de atmósfera cargada hasta el delirio.

Colofón.

La alegre piara del cuco Caco 
tenaza de los libros, chuzo, púa,
baila que te baila se despeña 
en un pozal de chocolate, espeso,
Gabatxeta, auténtico, toca el chicotén
y deja sus muertos a la espalda…
cubierta de mierda.

Telón de fuego. 

Un granuja

Lo propio del pillo es jactarse de sus pillerías ante un púbico obligado o entregado que aplaude porque le conviene o porque las astucias fraudulentas le resultan graciosas mientras no le perjudiquen, mientras otros, en silencio, se cagan en sus muertos cuando les toca oír sus bravatas. El cuco sin público no es nadie, nada, tiene que demostrar su listeza para no pagar impuestos, para burlar las leyes que obligan al común, para el fraude que solo lo es, si te pillan, para el gorroneo bravo y el abuso… Eso sí, a reclamador por derechos abstractos no le gana nadie, ahí es un campeón, un Espartaco, un donfigura.