
He cerrado mis cuentas en redes sociales (Twitter y Facebook), antes incluso de haber leído varios artículos como el que aquí enlazo y que no sé cuanto tiempo estará vigente. El tiempo apura y es eso, el tiempo, lo que siento haber malgastado, sin intención alguna de ofender a todas las personas que han estimado mis trabajos y con las que he estado en contacto y compartido buenos momentos. Estoy baldado. Me he dado cuenta de que escribir sin distracciones ni cuelgues es muy distinto a hacerlo con esas ventanas abiertas a una curiosidad hipnótica o a nada. Escribir y leer, y hacer otras cosas que antes de meterme en la redes sociales sí hacía. Repasar la actualidad mediática de mis amigos indignados, en Twitter por ejemplo, me da nauseas reales, no es que no quiera enterarme de la mugre en la que vivimos de manera amenazante, pero prefiero tomar notas para un próximo ensayo, que consumirme en la indignación ansiosa, un día por un motivo y al siguiente por otro o por varios: la oferta del asco es amplísima. Me he dado cuenta de que no recibo apenas correos electrónicos y es posible que la causa sea que no tenemos ya gran cosa que decirnos, en la medida en que todo lo ponemos en el mostrador. No hay anda que compartir o muy poco en privado, porque todo lo hacemos público. ¿Privacidad? Poca, cada vez menos. Hablo por mí, que cada cual hable y viva por sí mismo.
Debe estar conectado para enviar un comentario.