Giocondas, Mariano Baptista, un recuerdo.

Las encontré esta mañana merodeando por el Marais. Me recordaron de inmediato a Mariano Baptista Gumucio, un amigo muy cercano de mis días bolivianos, a quien he perdido de vista y de leída –y a Beatriz y a José Manuel–. Mariano coleccionaba Giocondas a modo de divertimento decorativo. Las había por toda su casa de La Paz, en los rincones más insospechados. Tuvimos mucho trato. Algo pasó en mi último viaje de 2017 a propósito de la granuja que fungía de agregada cultural de la Embajada rojigualda, a la que no conocí, pero a la que le caí mal, vaya por Dios, lo suficiente para se dedicara al bonito deporte del zancadilleo junto con la directora de la sucia Casa de España, a la que lo bolivianos acuden como becerros a la mamadera; y algo habría pasado después, me temo, al tiempo del golpe boliviano de los golfos (el Murillo y la otra, la que está en la cárcel, aquella que enarbolaba la Biblia como una porra) cacareado por el panfleto de Inda y la policía política y la extrema derecha españolas con intención de reventar el resultado de la izquierda en las elecciones. Pena. Las cosas como son, yo ya no me apeo de lo vivido… El patrañeo en el relato de la propia vida es otra historia.

Una mesa de trabajo

Esta era mi mesa de trabajo en mi alojamiento de La Paz (Bolivia) hace años. No sé en qué libro estaría trabajando. Por el montón de fichas que veo arriba a la derecha, es posible que fuera en un novela que no acabé nunca, «Muerte en La Paz», titulo ya utilizado, no recuerdo si por un peruviano o por un chileno. La libreta de la izquierda es de notas de viaje y pie de calle (marca Moleskinedescouilles). El poro de mate se lo compré a una originaria en un tenderete de la Santa Cruz, frente al Obelisco. Hasta que se estropeó. Viejito y gringo eres presa fácil. Lástima porque el mate me gusta mucho. Igual me compro otro. Eso al menos puedo comprar, la hojita de Yungas de la calle León de la Barra, no, por mucho que el novelista Juan Pablo Piñeiro me dijera que en Usera vendían (y si alguien puede saber de esas cosas es él). Tipazo el Piñeiro. Otro devoto de Jaime Saenz y sus oscuridades: La Noche, enorme poema. Durante el día patiperreaba por la ciudad, por la noche escribía (páginas ya editadas y otras que no lo han sido) y escuchaba a Jean Ferrat, Christy Moore, Ferré… con la ventana abierta al caserío que escalaba hacia El Alto. Echo en falta ese cuarto, esa mesa, el callejeo de La Paz, Bolivia, por mucho que el tiempo haya hecho aflorar los malos recuerdos, es decir, que han ido saliendo a la superficie todos esos episodios y gentes que de ordinario silencias para no estropearte el cuadro del viaje. No toda la gente que conocí allí, a lo largo de once viajes, era ni como quería verla ni como la pinté. Ahora rescato el diario de mi último viaje, el del año 2017, apretado viaje. Veremos qué sale a la superficie porque esta vez no me voy a callar nada, ya no, a mi edad es de tontos enmascarar nada.

Raúl Lara Torrez (Me acuerdo)

Raúl Lara, Mariano Baptista Gumucio, me acuerdo… y no sé si debiera, pero en tiempo de despedida y cierre estamos y si no te acuerdas ahora, ¿cuándo? Al pintor boliviano Raúl Lara lo conocí en Cochabamba, en su casa-taller muy luminoso de Tiquipaya, en medio de su fantástica colección de arqueología preincaica y de objetos etnográficos preciosos, como las waka-waka que él pintaba. Fueron encuentros felices. En alguna ocasión con Ramón Rocha Monroy que tenía no sé qué cuentas pendientes con el matrimonio Lara porque no acudió a un almuerzo al que estaba invitado, y a una cena tampoco.
En otra ocasión fui a casa de Lara con Mariano Baptista (a quien está dedicado el cuadro que reproduzco), que se durmió cuando el pintor nos dio el pase del almacén de sus cuadros, muchos, demasiados, para que yo le escribiera el texto para un catálogo de una exposición antológica que se iba a celebrar en Santa Cruz de la Sierra. Nunca vi el catálogo y sospecho que mi texto no se publicó. Y es que la feliz amistad con el pintor terminó mal cuando me pidieron que apadrinara los estudios de ingeniería informática y turismo del hijo de la cocinera, en no sé qué país, creyendo que yo era un potentado, de modo que todas aquellas atenciones estaban orientadas a un fin benéfico. Hubo lío, ¿o no Ramoncito?, dijeron, se desdijeron y todo quedó en un malentendido, y para mí en muy mal sabor de boca que todavía dura, por mucho que me gustara y me guste su pintura, su mundo, su Van Gogh deambulando por las soledades mineras de Oruro, sus cholos de corbata y gafas de sol, sus buses, sus bodorrios, sus wacas-wacas, sus chinas Supay y sus «figuras» de diablada…
En los viajes vives episodios que te hubiese gustado no vivir y que dejas a un lado para que no te estropeen la imagen, el relato que a ti mismo te haces o, llegado el caso, que llega, te tomen la verdad de lo vivido por «jeremiadas» impropias del travel-writer que no eres, como decía aquel tramposete de pocos escrúpulos de Cochabamba, en la época en la que fue secretario de un jurado de premio literario amañado hasta el delirio, que fue «desamañado». Tiempo también este de liquidación de falsos afectos, por vinosos unos, por propios de Judas otros, y de ver en lo que de verdad hubo en lo vivido y lo que fue mera invención, decoración amable con objeto de que los episodios vividos a salto de mata fueran confortables y no del todo espinosos. Es lo que tiene vivir en un mundo imaginario. Bolivia… ¿Qué fue para mí Bolivia? No sé muy bien qué responder. Unos días una cosa y otros, otra.

Me acuerdo… de Mariano Baptista Gumucio.

Mariano Baptista… Me acuerdo de él con afecto y gratitud, mucho y mucha, por todas las atenciones recibidas en muchos viajes a La Paz, y las muchas risas que hicimos en un momento y en otro. Coleccionaba imágenes de la Mona Lisa. Estos  días de pateo urbano me he encontrado varias decorando de una manera u otra las paredes. En el 2017, en torno a aquel desastre de edición de Chuquiago por los maleantes de 3 600, no entendió que no quisiera almorzar con la indeseable agregada cultural del Embajada de España en La Paz, que para mí son gentuza o como tal se han comportado conmigo. Pena. 

Raúl Lara

Raúl Lara, pintor, boliviano, un recuerdo… Esa fue una buena relación que se vino abajo por un equívoco siniestro. Ramón Rocha Monroy sabe lo que pasó y tal vez lo haya olvidado, yo casi. Yo no tenía dinero para apadrinar a ningún estudiante y pagarle los estudios superiores. Tampoco conocía a nadie que pudiera hacerlo. Ni era ni soy una ONG. A Lara  lo conocí en su preciosa casa-estudio de Tiquipaya, un barrio de Cochabamba, en la que estuve varias veces invitado a almorzar o a tomar algo. En una ocasión vino a buscarme a mediodía  a mi alojamiento de la calle Lanza  para llevarme a su casa y en la recepción coincidimos con los K’Jarkas que (vejestorios) salían después de una noche muy larga de trago y farra dura que había durado hasta entonces. Iban ciegos y le confundieron con un escritor y a mí con un pintor, estaban besucones y con las narices muy tocadas. La última  vez que estuve en su casa fue viendo un pase de cuadros junto a Mariano Baptista que medio se durmió aburrido y eso que en su casa paceña tiene un buen cuadro de Lara. Se trataba de  escribir un texto para un catálogo de una exposición que iba a tener en Santa Cruz de la Sierra. Me dijo que me iba a hacer un retrato. No hubo ocasión, tampoco vi nunca el catálogo para el que le escribí aquel texto. Hoy, que repaso cuadros suyos, pienso que me quedó con su bonhomía (un hombre bueno) y con su arte. Solo que el tiempo pone las cosas en su sitio, salvo que las edulcores, y francamente se me han ido pasando las ganas de poner en escena lo vivido para contentar a quien me lea. Las cosas como las he vivido.

Ese cuadro, La Pérez Velasco (o La Pérez a secas), inspirado en esa plaza o encrucijada paceña por la que pasas a poco que merodees por sus calles a la husma. Toda la vida paca pasa de una manera o de otra por ese lugar. Eso sí, mejor lo hagas de día que de noche, porque de madrugada y por mucho bombillón que haya es un lugar de bronca, eso que los bolivianos llaman pesado: choros, chupacos, putas, travestis, pichicateros… A mi amigo el poeta García le han dado en ese lugar varias pateaduras. De día hay gente al ojeo, vendiendo comistrajos, esperando quién sabe qué, en pose de como quien no hace nada, bajo ese sol del altiplano que no calienta pero quema.