Así lo veo

Ni soy Octavio Paz ni ese callejón sin otra salida que una puerta falsa es obra del mexicano Luis Barragán, tan estimado por el inolvidable arquitecto boliviano Juan Carlos Calderón. Ese callejón sin salida es la salida, aunque esto suene a una de esas cojudeces poéticas que ponen en las aceras de las ciudades populosas para ser leídas al paso y recibir un empujón. Todo forma parte de la performance en la que vivimos, hasta el callejón sin salida, al que como estamos cercanos al Día de los Muertos, le pongo Viene la muerte cantando,

El mundo es una arenita
y el sol es otra chispita
y a mi me encuentran tomando
con la muerte y ella invita.

Bajo el volcán, buena ocasión para irse al Amor de los Amores y quedarse un rato largo con la murga del Ubi sunt, los compadres de antaño, si todavía viven, que es gran asunto. Y todo para eludir que a cierta edad estás más metido en ese callejón sin otra salida que dar marcha atrás para entrar de nuevo en el espejo que lo reproduce…. Por muy azul que sea el cielo. Lo dijo uno de los Argensolas: ese cielo azul que ves ni es cielo ni es azul.

El arte de la conversación (Magritte)

L’art de la conversation, Magritte, 1963. Se va perdiendo. Es un lugar común y con esa sentencia se obvia el fondo del asunto: lo vamos perdiendo, si es que alguna vez lo tuvimos, si es que alguna vez escuchamos de verdad, no como ahora, en este ruido, cruce de voces que se imponen las unas sobre las otras. Lo de las redes sociales no es conversación, es otra cosa, ni siquiera verdadera correspondencia, al margen de que tengamos muy poco que decirnos porque todo está sobre el tapete, todo está ofrecido al primero que pase. Lezama Lima hablaba de ese arte en Tratados en La Habana, un libro al que es un gozo recurrir, libro otoñal este para mí. Ahí habla de los hechizos de difícil conjuro que caen sobre la conversación: la auctoritas destemplada, uno de ellos, algo que hoy cunde, como cunde el compartir consignas, y las confidencias excesivas que son secuestros, falsificaciones. Nada que ver con los circunloquios, las fugas, los cuentos, las curiosidades compartidas… que requieren, me temo, una presencia física, un lugar adecuado, aunque mejor sea no desdeñar los encuentros al paso.

Conversaciones peripatéticas, diurnas y nocturnas, conversaciones de penumbra de gabinete, de sobremesa prolongada con humo de habanos y trago fino, o sin humo, o sin tragos finos, que dicen en Bolivia. Me asombro de la suerte que he tenido de haber conocido a personas excelentes y haber podido conversar con ellas.

En la Isla de San Luis la conversación,
serpiente que penetra en el costado como la lanza,
hace visible las farolas de la ciudad tibetana
y llueve, como un árbol, en los oídos.

Eso escribe Lezama en su poema dedicado a Octavio Paz, gran magrittiano.

¿Cómo recuperar aquella entrevista-reportaje a Lezama Lima en su casa de La Habana en la que flotaba el olor del lechón recién asado y de los habanos? En la edad del recuerdo, todo es desorden, almoneda.

El jinete del aire (Alfonso Reyes)

ALFONSO-REYES-20-1Octavio Paz en el fallecimiento de Alfonso Reyes (El jinete del aire):

«Admirable prueba de salud moral: en una época sorda a fuerza de gritar, un hombre enfermo, encerrado en su biblioteca, casi sin esperanzas de ser oído, se inclina sobre un texto olvidado y pesa imágenes y pausas, ritmos y silencios, en una delicada balanza verbal. Ante un mundo que ha perdido casi completamente el sentimiento de la forma, al grado que la frase hecha, después de conquistar periódicos, parlamentos y universidades, se convierte en el medio de expresión favorito de poetas y novelistas, el amor de Reyes al lenguaje, a sus problemas y sus misterios, es algo más que un ejemplo: es un milagro.»

Alfonso Reyes (1889-1959)… Lo pienso ahora en el Madrid de los años diez, cuando en 1917, recién llegado a España, escribe «Cartones de Madrid» y habla de sus mendigos, de sus monstruos, toros, barrios bajos y de la Residencia de Estudiantes, y de Valle. Lo leo en su «Tertulia de Madrid» ( literaria): Azorín, Juan Ramón, Valle, RAMÓN, Galdós y Rubén.