La nave de los locos (Michel Onfray)

El último de Onfray es un libro facilón.  La nave de los locos, en la que de grado o por fuerza, todos vamos camino del país de los necios. Un anuario de comentarios sarcásticos a las demencias y estupideces que en torrente nos suministran los medios de comunicación a diario, esas que se comentan solas. De emprender algo parecido, yo iría más lejos y lo titularía «El asco de nunca acabar», pero me da flojera y me faltan verdaderas ganas de acometer  un trabajo parecido con lo que veo y oigo en el país en el que vivo, con mis gobernantes y compatriotas. En mi caso no serviría para nada. Onfray al menos hace caja a diario haciendo de sí mismo un negocio y con sus publicaciones incesantes añade combustible a la caldera de su locomotora. Hace tiempo que empecé a tener a Onfray por un charlatán (beau parleur), como a Savater, autor de mi juventud, a quien hace mucho que dejé de leer y seguir. A Onfray sin embargo lo sigo todavía aunque no con el mismo entusiasmo que hace unos años. El suyo es un discurso que abruma, por repetitivo, por obvio y por sectario, aunque compartas sus temores y rechazos: el islamismo, el imperio de lo políticamente correcto que da en la estupidez y su culto, sus inquisidores y censores, el puritanismo y a la vez el todo vale y todo es respetable… Pero cansa mucho la gente que está en posesión de la verdad, de cualquier verdad y no deja resquicio alguno para la perplejidad y la duda, cruzados de la propia causa. Ayer mismo leía en Le Monde Diplomatique este artículo minucioso, aplicado como quien no quiere la cosa, al derribo de Onfray, emprendido  hace ya unos años por escritores y comunicadores diversos con fortuna escasa: «Libertaire, Michel Onfray ? Le dernier nouveau philosophe», de Jean-Pierre Garnier. Hoy recorro sin emoción esas páginas de comentarios a una actualidad  que me desborda y me produce un asco que me empuja a un en la práctica imposible emboscamiento, ni siquiera al sarcasmo, ese que es expresión de impotencia frente a la fuerza de la necedad del que tiene poder.

Michel Onfray y los chalecos amarillos

IMG_0035Chalecos amarillos, poder económico, revueltas que fracasan reprimidas con violencia extrema, reclamaciones justas desacreditas con la difamación y calumnia d elos medios de comunicación afines al poder, contestarios fagocitados por el poder neoliberal que lo digiere todo con tal de no soltar las riendas…

«Francia está más que nunca cortada en dos: de una parte, aquellos sobre los que se ejerce el poder, y que yo llamo el ‘pueblo’… y de otra, aquellos que ejercen el poder, las ‘elites’…» (p.17)

Onfray habla de un país con tradición de revueltas, no de guerras civiles o golpes de Estado, como el nuestro, donde el disidente y el revoltoso están mal vistos, arriba y abajo, a derecha y a izquierda, donde impera una ley Mordaza que aborta protestas y demandas legítimas… Ay, de los populistas.

La tentación de Demócrito, por Michel Onfray

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El bosque de Demócrito, según Corot. El bosque de los banidos, forajidos y fuera de la ley… en la línea del emboscamiento de Jünger, que fue traducido al francés como «Tratado del rebelde» (1951).  No hay quien no piense ser uno de ellos, aún participando de hoz y de coz en la gallera, ejerciendo de rufián de  putero, cómplice de vilezas y atropellos o de matón virtuoso.

Traduzco a la carrera un mínimo fragmento de la obra Michel Onfray  Le Recours aux fôrets (La tentation de Démocrite), un monólogo lírico puesto en escena, en 2009, en la Comédie de Caen, en el Festival Les Boréales… Una demostración más, por parte de Onfray, de que no es imprescindible la gran ciudad para poner en pie obras de creación de calidad indiscutible. Hacer de lo local algo universal, desarrollar lo universal desde lo local: una de las tareas de Onfray y de sus éxitos indiscutibles, llevado a sus sugerencias políticas: revalorizar los valores generales en lo local frente a lo que solo es universal de nombre.

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He visto a los antiguos revolucionarios
Vente años más tarde construir un mundo
peor que el que querían destruir
Colaborar a las más lamentables sociedades
Revolcarse de alegría en lo que ayer se meaban
[…]
Les he visto decir además que habían permanecido íntegros
Que no habían traicionado
Que solo los imbéciles no cambian de ideas
(La idea revela con seguridad al imbécil)

IMG_0031.JPGMe resulta obvio que Onfray hace referencia a los «clérigos» o Espartacos que en cada momento ostentan con auctoritas destemplada el dogma, el decálogo, la verdad y la razón, el manual de instrucciones… y a cómo envían a los infiernos a los amigos de ayer «Seguros de no tener ya testigos de sus chaqueteos…»

Y sigue Onfray ofreciendo su tentación de Demócrito, festejado filósofo materialista del que solo quedan fragmentos y la leyenda de su risa.
Demócrito, gracias a la herencia paterna, recorrió el mundo y a lo largo de su viaje hasta la India, constató «la vileza de los hombres» a resultas de lo cual se hizo construir una cabaña en el fondo de su jardín  para vivir en ella lo que le quedara de vida: «Llamo tentación de Demócrito y recurso a los bosques ese movimiento de repliegue sobre uno mismo en un mundo detestable»

«El mundo de ayer, es el de hoy y será también el de mañana… las intrigas políticas, las calamidades de la guerra, los juegos de poder, la estrategia cínica de los poderosos, el encadenamiento de las traiciones, la complicidad de la mayor parte de los filósofos, las gentes de Dios que se revelan como gentes del Diablo, la mecánica de las pasiones tristes –envidia, celos, odio, resentimiento…–, el triunfo de la injusticia, el reino de la crítica mediocre, la dominación de los renegados, la sangre, el crimen, el asesinato…»

Propone Onfray un repliegue sobre uno mismo que puede ser todo lo senequista que parece  en su reconciliación con la propia naturaleza, pero que de deserción tiene poco: luchar por no pringarse en la ciénaga, no comulgar con ruedas de molino y no comprar sacos de humo a los charlatanes ideológicos, no es ya poco combate.

El rincón de lectura

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Lo recupero (mucho más modesto que el de Manguel e infinitamente más desordenado) dejando de lado las redes sociales y procurando mirar para otra parte por lo que al ruido bronco del día se refiere. El emprender un libro nuevo, ayuda, mucho. Tiempo de memorias, de resumen y de relecturas pues, y de nuevas lecturas, de huir de lo prescindible (se huele) porque no hay tiempo.

Leer comme une vache, dice Michel Onfray en Les avalanches de Sils-Maria,  dándole la vuelta al sentido, más peyorativo que otra cosa, de la expresión: «Leer comme un vache, es tomarse el tiempo de leer, de releer y de volver a tus lecturas, y luego leer lo que se ha releído y releer lo que se habrá releído tras haberlo ya leído.» No, no es un galimatías, es una forma de vivir el rincón de lectura, la propia biblioteca, tal y como lo expresó Alberto Manguel.

Leer con la conciencia de que algunas de esas páginas va a ser la última vez que las recorras.  Hurtarse, negarse a esa despedida.

Hace falta tiempo, sigue Onfray, y solo la edad lo da. La edad de la paciencia. Un amigo me decía el otro día, desde muy lejos, que estaba leyendo el tratado sobre la paciencia de Agustín de Hipona. La paciencia: virtud invernal, leía en Marío Satz, la imprescindible para emprender cualquier viaje de invierno, solitario, urgente y necesario.

Y de Onfray a otro Michel, Serres este, que en su Relire le relié, se pregunta: «¿Cómo transformar en uno mismo, el odio en energía creadora, la agresividad en benevolencia?»

Ah, «la extraña fraternidad de los lectores solitarios» (Patrick Deville)… mejor título que contenido, libro en el que no encuentro nada de lo que busco, sino barullo, pavorealismo de travel writer que nada me descubre: cuánto sabe, cuánto ha viajdo, a qué gente más importante y cuánta conoce. Pena, porque esa fraternidad de los lectores solitarios existe y cada cual arma la suya… ¿El tiempo de compartir lectura ya pasó?