Barcos en botella (Valparaíso)

El de la imagen no estaba en venta. Una pena. Hubiese sido un buen recuerdo del Puerto. Formaba parte de la decoración del escaparate de una ferretería en el día del mar. Es el único hermoso que logré ver porque todos los demás querían ser y no eran. Alcancé a ver unos en Isla Negra, pero me venció la pereza de las colas y de la mala gana y peor fe de las mozas que atendían aquella barraca de feria nerudiana. Neruda y su preciosa «Oda al buque en la botella»

la verdad
es que nadie
lo construyó
y no navegará sino en los sue-
                                      [ños. 

Gonzalo Torrente Ballester –¿Quién se acuerda? Cada día que pasa más olvidado– y los barcos encerrados en botellas que excitaban su imaginación y le empujaban a la escritura. Barco en botella el de la taberna Panama, de La Havre, en la película El muelle de las brumas, de Marcel Carné. Cacharrería de la iimaginación, fetiches de la soledad y de una intimidad silenciada.

Jorge Farias, en la plaza Echaurren

Jorge Farias, El Ruiseñor de los Cerros, fue el cantante de la famosa canción La Joya del Pacífico. Vida azacaneada la suya, del triunfo a la miseria, a la enfermedad y al olvido, y al culto de los irreductibles. Aceras del barrio Puerto bajo la lluvia interminable, penumbra de la Maison Doree, loros del Liberty. A su muerte (2007) le pusieron una estatua de yeso en la plaza Echaurren (Plaza de día, alboroto de noche), a la que le arrancaron el brazo varias veces, hasta que hicieron una de bronce. Pero a mí la canción de Farias que más me gusta es esta con letra y música de Jorge Lizama que estaba presente un día en que un par de farreadores se echaron sobre Farias al grito de «Usted no es nada, ya no es usted» (Zitarrosa a Garrincha)

Yo volveré a triunfar
porque mi orgullo y mi sangre me lo piden.
Voy a borrar todas mis viejas cicatrices,
un hombre nuevo hoy ha vuelto a comenzar.

Valparaíso, mi amor

Termino por fin un artefacto narrativo, El tranvía fantasma, que se ha llevado más tiempo y salud del que pensaba. Me hTiene mucho de testamentario. Ahora viene otro viaje, con la vida en el asiento de al lado, como en el inmenso poema Guitarra Negra, de Alfredo Zitarrosa. Valparaíso en la noche, siento tus pasos de baile…

Valparaíso, aquí estoy,
reconociendo tu puerta.
Vengo de lejos, cansado,
a convertirme en arena,
a dormir bajo tu brazo,
a dormir bajo tu tierra.

Ángel Parra, uno de los Parra (1965)

El tranvía fantasma

n

Empezó el trayecto hace unos meses, pero por una razón u otra el viaje ha sido más largo de lo que esperaba, sobre todo porque era de ida y vuelta, y dale de nuevo, de Aduana a Cardonal, y a donde me venía bien, lo mismo hemos pasado por la Travesía de la Comadre, que por La Parroquia, ese bar portátil que, al decir de Raúl Ruiz en Días de Campo, abrirá sus puertas en el futuro, sin desdeñar bares dublineses y callejones de Biargieta.

Asomémonos a T. S. Eliot cuando habla del tiempo:

Tiempo presente y tiempo pasado
se hallan quizá presentes en el tiempo futuro
y el tiempo futuro dentro del tiempo pasado.
Si todo tiempo es eternamente presente
todo tiempo es irredimible.
Lo que pudo haber sido es mera abstracción
quedando como eterna posibilidad
solamente en el mundo de la especulación.
Lo que pudo haber sido y lo que fue
apuntan a un solo fin, que está siempre presente.

(La cubierta es provisional, pero imagino que el libro estará en las librerías a comienzos de otoño)

Y así vamos tirando…

Rodolfo, el del Cinzano

Rodolfo era el barman del Bar-Restaurant Cinzano, de la plaza Aníbal Pinto de Valparaíso, ya cerrado después de un siglo: aparece en el fondo de una fotografía de Martín Chambi. Preparaba unos pisco sour fabulosos, y uno detrás de otro, a veces acompañados por choros o loquitos con mayonesa de bote, pero qué importaba. Era mejor la conversación, las historias truculentas de cogoteros del Puerto, de aparecidos del vecino Cementerio, del mundo de antes y del de después que ya no era igual… ¿Qué habrá sido de él? «¡Se nos perdió, pow!», me decía cuando me veía aparecer de nuevo a la hora del aperitivo. En esa barra conversé mucho con el capitán Oliva, gran bebedor de cañas de Canepa, que me contaba de sus viajes de Oregón a Punta Arenas y de su familia, a la que Pinochet había enviado a hacer turismo a Suecia. Bilis negra, llevo rato con ella, escribiendo sobre el Valparaíso vivido hace años, leyendo episodios biográficos de Neruda (más siniestros que otra cosa) convertido en santón, rodeado de cadáveres literarios y no literarios, escribiendo versos y escuchándolos declamados por el actor Roberto Parada, padre del sociólogo José Manuel Parada, uno de los degollados por carabineros de Chile en 1985 que nunca cumplieron las condenadas que les fueron impuestas muchos años después del asesinato….

«Volveré a vivir tu encrucijada», escribió Neruda de manera sentenciosa en su poema «El fugitivo», escrito desde su escondite del Cerro Los Placeres en 1947 (la persecución de González Videla):
Eres la montañosa
cabeza capital
del gran océano
y en tu celeste grupa de centaura
tus arrabales lucen la pintura
roja y azul de las jugueterías

              

Mural en recuerdo del Gitano Osvaldo Rodríguez y de su canción más famosa dedicada a Valparaíso, junto a la librería Orellana, en la calle Esmeralda. Valparaíso 2010. Hoy no hay ni mural ni librería, aunque la calle siga siendo tan populosa como entonces. La sigo recorriendo en las páginas que releo, reescribo, revivo.

Álvaro Bisama, un afortunado biógrafo de Pablo de Rokha, tiene un buen artículo sobre esa librería insondable desaparecida. No sé quién me dijo que era la librería de la familia del pintor Gastón Orellana, un fantasma casi hoy día, que anduvo por el Madrid de los 50/60 y pasa por las páginas memorialísticas de Francisco Umbral, y a quien no sé por qué relaciono con Roberto Godoy, aquel chileno que pululaba a la sombra de Editora Nacional o aledaños, a finales de los setenta.

«Pero este puerto amarra como el hambre. No se puede vivir con conocerlo»

http://www.buenosairesreview.org/…/06/orellana-valparaiso/

Valparaíso de nuevo

Escribir sobre lo vivido (desde lo ya escrito) es vivirlo de nuevo. No de la misma manera, obviamente, pero reconforta encontrar en imágenes, notas de diario y páginas escritas hace años los motivos del encantamiento. Fue una escritura de crónica, lo es de la memoria.
La bahía de Valparaíso desde mi alojamiento en Playa Ancha, hace años.

Valparaíso, mon amour

Hacía tiempo que no escribía tan a gusto (pura y mala retórica porque ha sido un gozo escribir «Emboscaduras y resistencias» que publicará en breve Alberdania), pero he vuelto a las páginas escritas en y desde Valparaíso, y a los días allí vividos con entusiasmo, en un frente doble además. Me curo de ese modo de escribir ahora mismo de Madrid (me doy un respiro), porque la ciudad actual me agobia y enoja (gracias a sus gobernantes y a quienes les apoyan de manera combativa) que de la crónica vital y memorialista, doy sin darme cuenta en el libelo o en libro de combate. Con Valparaíso eso no pasa porque hablo de días que fueron para mí gozosos, lo mismo que las páginas literarias (ajenas) a ellos aparejadas.

Las puertas de Valparaíso

Cómo no vas a escribir de una ciudad en la que, a cada paso, te encuentras con reclamos como el de la fotografía. Empecé a escribir un libro sobre Valparaíso, al margen de mis diarios de viaje, en el año 2008, desde mi alojamiento de Playa Ancha, calle Levarte. Lo iba a titular Las puertas de Valparaíso, lo continué en el mismo lugar dos años después durante unas cuantas semanas. No encontré interés alguno por parte de los editores a los que acudí, un editor y una editora, que ni siquiera se dignaron considerar la lectura del libro. Una pena. No es que estuvieran agobiados de originales, no, sino que mi nombre les quemaba, no les traía cuenta. A unos por una cosa, a otros por otra. Lo demás, cuentos, habituales, preceptivos. Lo mismo pasó con Cuadernos Hispanoamericanos, a quienes ofrecí la publicación de unas cuantas páginas, como las que ya había publicado en una revista de Extremadura. Así es como lo dejas, lo vas dejando, se te cruzan otros proyectos, pero la ciudad, las imágenes van y vuelven por mucho que las fotografías, por ejemplo, se hayan desvanecido con tantas idas y venidas. Con la edad vas afinando algo importante: tragar sapos, tragas, porque no queda más remedio, pero que callar, eso ni p’a Dios, y mucho menos por la falsa elegancia del capón o del taimado. Cada cual a su juego. Yo, a lo mío. Tarde o temprano, ese libro verá la luz. Ahora, Valparaíso y sus trolebuses suizos regresa como remoto escenario de un nuevo artefacto narrativo, complejo, vitriólico, jolgorioso, «difícil de leer», que verá la luz en otoño próximo. Por el tema estaría bien presentarlo el 2 de noviembre.