Los recuerdos (Pablo Cingolani)

Me decía Pablo Cingolani en el correo nocturno (vol de nuit el nuestro y sin levantar los pies del suelo como no sea para caminar) enviado desde allá lejos que tenía que «anotar los recuerdos porque los muy turros se me esconden»… En esas ando, pero me temo (a la vista d los resultados) que por mala quebrada, por errónea. Él en su epístola me mostró otras, otra. Le contesto con humor y emoción que se juegue los recuerdos al truco, como hace el inolvidable Coluccini, hombre de circo, en Una sombra ya pronto serás (Osvaldo Soriano)… y ahora no recuerdo si era para perderlos o para ganar otros mejores.

El camino de la memoria es tortuoso y el de la suma de rencores, gatillazos y malos humores, engañoso, falaz, poco honrado y sobre todo nada grato… ese reyezuelo sentado en un trono de mugre que piensa que todo le es y le fue debido, y que en lugar del cetro espantamoscas, maneja una estilográfica que salpica borrones como balas en su repulsivo Tribunal de Cuentas.

«Una sombra ya pronto serás», de Héctor Olivera

Buscando una cita de la película de Héctor Olivera (sobre la novela de Osvaldo Soriano) para el artefacto narrativo que me traigo entre manos, me he quedado un buen rato repasando los diálogos del pícaro Coluccini con el baldado, que no se llama Zárate. Son grandiosos. De hecho es una película a la que vuelvo a menudo. Me reconforta lo que veo y oigo.

«Hay un momento para retirarse antes de que el espectáculo se vuelva grotesco, aunque el público esté aplaudiendo a rabiar. Si uno es un artista verdadero, sabe…»

Hay momento, lo dice Coluccini, viejo rutero, en el que no hay que pisar el freno porque te estrellas, hay que acelerar, hay que irse a Bolivia, como él, aunque sea a pie

Notas en torno al arte de inspirar (Coluccini, Soriano y Cingolani)

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Notas en torno al arte de inspirar
 
(…)
 
Sobre Soriano, sobre el escritor argentino Osvaldo Soriano, no dejo nunca de proclamar, ni dejaré jamás de hacerlo: me inspiró. Me inspiró la vida.
En medio de la distancia con casi todo lo que, una vez, amaba.
En medio del desasosiego, que sumado a la distancia, provocaba en mí el desarraigo pasado y el nuevo arraigo que vivía, Coluccini –uno de los personajes de Soriano de su novela Una sombra ya pronto serás- fue una especie de ancla, muy cerril, muy indómita.
Coluccini, Cingolani: todos a Bolivia. (¡Todos-A-Bolivia!, como cuando volanteábamos, organizando ese memorial delirante en homenaje al Che Guevara en la Facultad de Filosofía y Letras, en la calle Puán, con el nieto del cacique Yanquetruz, la Vicky Polti, sobrina del mártir de Trelew, el Claudio Niro, que había estado secuestrado en la ESMA, y Martín Castellano, mi compañero y mi amigo).
Bolivia, como el nombre de un destino, el nombre del destino.
Bolivia, como un muelle de redención desde donde volver a volar, cicatrizando heridas.
Bolivia, el nuevo hogar donde soñar.
Bolivia, las cordilleras y las selvas.
No era tan así lo que soñaba el Coluccini de Soriano pero leerlo aquí, era más que una señal. Era una especie intrépida de bienvenida.
 
Así fue, entonces, que fui creciendo. Leyendo (y releyendo) uno a uno todos los libros del gran Soriano. Allí, entre sus páginas, allí, entre sus libros, entre sus historias, me di cuenta de algo que aún me incita, aún me moviliza al extremo de escribirlo, y que no dejaré nunca de agradecerle: Soriano es el escritor más sensible, más querible, más entrañablemente propio, que tenemos los argentinos.
Ese famoso escribir como “cross a la mandíbula” que proclamó Roberto –el inmortal- Arlt, Soriano lo volvió pleno, no traumático (como la obra del susodicho), lo volvió simple, no complejo como la obra del inolvidable Roberto, lo volvió esperanza en la desesperanza –como toda la obra del genial Roberto Arlt-, el señor Soriano.
Hablo inevitablemente de Arlt. Si me torturan, yo diré: el mejor escritor argentino de todos los tiempos se llama Roberto Arlt. Si no me torturan, diría lo mismo. Arlt es el visionario. Arlt es el hombre que patea todos los tableros del ajedrez literario y de la pobre realidad de la cultura reaccionaria argentina, y escribe y escribe y proclama al escribir: vayansé todos al carajo. Aquí o se escribe lo que se padece, se escribe como se sufre, se escribe poniendo el cuerpo, la sangre, el honor, el orgullo y la gloria, o no se escribe. Y Arlt, mi tan amado Arlt, lo hizo. Y le costó las tripas, el cuero, los ojos, y se llevó su vida, escribiendo, escribiéndola, escribiéndonos.
 
Soriano es el hijo póstumo y ucrónico que Arlt nunca tuvo. Pero, en un juego borgiano de espejos, en un devenir bien argentino, Soriano es, a la vez, el heredero natural de Roberto y también la otra cara de su moneda: allí donde Arlt era oscuro, Soriano le echa luz con un humor sin cadenas, un humor invencible.
Allí donde Arlt era pesimista, Soriano convierte el pesimismo, en el ojo de la patria, un San Martín robotizado que vuelve desde Europa a liberar la Argentina de sus opresores, o crea un ejército de gorilas armados de AKs47 para liberar otras patrias, en África.
No hay pesimismo en Soriano: hay las ganas de mandar todo a la mierda, siempre, con el mejor recurso de todos: el humor, la ironía, el desatino, el despelote, el disparate, como diría otra voz fundamental e inspiradora en grado sumo como fue la de María Elena Walsh.
Soriano, en sus textos, proclama algo así, parafraseando otras proclamas de otros combates: Ustedes no nos vencen porque no nos pueden vencer porque ustedes no se ríen, ustedes sufren por sus millones, ustedes sufren por su poder. Nosotros, celebramos. Nosotros, reímos, Nosotros, no nos rendimos porque celebramos y nos reímos. Nosotros, somos así. Nosotros, somos el pueblo.
 
(…)
 
Bla, bla, bla: Ja, ja, ja!!!!!
 
(…)
 
Cuando yo sea presidente de la República Argentina, voy a mandar a hacer tres monumentos en la frontera con Bolivia.
El primero, estará en Pocitos, cerca a Yacuiba. Será un monumento a Coluccini, señalando el norte, hacia Santa Cruz de la Sierra, a donde quería llegar pero nunca llegó.
En La Quiaca, levantaría el monumento al propio Soriano, con un pucho en una mano y un gato en la otra. No sé si el gordo alguna vez estuvo ahí pero estoy seguro que, desde el cielo, se sentiría feliz.
En Aguas Blancas, en frente del majestuoso río Bermejo, se erguiría el tercer monumento, el monumento a la síntesis de la literatura nacional, con proyección patria grande, mirando hacia Bolivia, nuestra pedazo de patria grande más amado.
Allí, erguiría un monumento doble: Arlt y el gordo Soriano, abrazados, juntos, eternamente, mirando al río, mirando a la serranía, desmintiendo lo urbano. Arlt lo padecía, odiaba lo urbano. Soriano, no tuvo tiempo ni de expresarlo: se murió tan joven que da calambre.
 
(…)
 
¡Queríamos tanto a Soriano! Yo lo quiero cada vez más, lo extraño cada vez, cada minuto, un poco más. Extraño ese humor que como pirañas en las páginas se devoraban todo el hastío con el que la realidad busca demolerte. Gracias a la vida y a su invencible inventiva, quedan sus libros. Esta es una invitación a recorrerlos e internarse en la ruta Soriano hacia la felicidad ya que si leer, si la lectura de Soriano, procura placer y provoca alegría, no le demos más vueltas. Eso otra forma de definir aquello. La felicidad.
 
Nota a las notas: para ser sinceros, rescaté estas palabras de mis archivos secretos de Río Abajo, gracias a la inspiración que me brindó leer el texto de Sánchez-Ostiz titulado Las puertas, la autoridad, la rebeldía… y que termina así: “Acuérdate entonces de lo que te decía Coluccini, un día que anduvisteis por la parte de Balcarce: «¡Uuuh, nunca se entregue! Yo soy un viejo rutero. Siempre hay una última maniobra, un golpe de volante, un rebaje, un algo… ¡Pero nunca el freno! ¡Usted pise el freno y está perdido!”. El mejor Coluccini, el mejor Soriano, la mejor de las inspiraciones. Vale.
 
Pablo Cingolani

Haizegua

Acabo de recibir una invitación de la revista argentina Siwa para escribir sobre algún viento. Lo voy a hacer sobre el del sur, ese haizegua atizaseseras que ha soplado estos días pasados en Baztan, viento que inquieta, invita al viaje, a alquilar el cerebro a los disparates y andar como si no pisaras el suelo.

Cuando una puerta se cierra, otra se abre, escribía  hace unas semanas. Algunas están siempre abiertas, salvo que tú las cierres, dando portazos encima, no diré que a mi edad todos los caminos están abiertos, pero los horizontes son anchos salvo que tú los achates y vuelvas la cara contra la pared, aunque también ahí, en las capas de cal y azulete del muro, hubiera mapas, puertas que te llevaban lejos, mares o cementerios, tanto daba.  Viajes, mundos, mapas, territorios, vidas, pájaros, pasos perdidos, muchos, exilios interiores, ausencias, extravíos de antes de darte cuenta de que no hay camino y que eso no tiene arreglo… Islas Flotantes, las de No existe tal lugar.

 

captura-de-pantalla-2015-08-20-a-las-09-14-32Una sombra ya pronto serás, de Héctor Olivera, sobre la novela de Osvaldo Soriano. Vías muertas y viajes en balde, empeños de pacotilla, fugas en las lejanías que son callejones sin salida: «lo que nos atraía era mirar nuestra propia sombra derrumbada y quizás pronto nos íbamos a confundir con ella», se le oye decir a quien no se llama Zárate.

«¡L’aventura e finita!»

Tesoros esfumados, amigos muertos o fugados en el tiempo, circos en derrota, liquidaciones por derribo y cerrados por defunción de ganas, funambulismos sin red y sin maroma, ilusiones perdidas en malos envites, partidas de truco amañadas, pillerías de supervivencia, descaros y palos, muchos.

«¿Todavía va para Bolivia?» –pregunta quien no se llama Zárate tras la última batalla perdida.

«¡Imagínese, ahora más que nunca!» –exclama Coluccini con entusiasmo, como si la resurrección fuera más importante que el propio triunfo, la gran conquista.

Para dónde tirar, en qué vía muerta andas perdido, por qué malos caminos te metiste, qué errores graves sabes que no terminarás de pagar nunca y que van va a ir contigo en un equipaje que no puedes dejar en consigna alguna… si no sabes jugar al truco no juegues, porque lo tiene, y tú no sabes ni las reglas más elementales, ni cómo guardarte el as en la manga, admite que juegas con dados de plomo y dedos huéspedes…

Habla Coluccini, tierno, vibrante, vehemente desde la desdicha:

«¡Uuuh, nunca se entregue! Yo soy un viejo rutero. Siempre hay una última maniobra, un golpe de volante, un rebaje, un algo… ¡Pero nunca el freno! ¡Usted pise el freno y está perdido!»

Aunque sea una Bolivia de papel, aunque la aventura haya acabado, aunque el horizonte se haya achatado, lo dice Coluccini: hay un momento para retirarse antes de que el espectáculo se vuelva grotesco por mucho que el público pida otra, que acaba siendo la de la burla. Pide tú la espuela, para el camino, alarga el tranco y ¡ospa!… Cuando la aventura se acaba te vas para Bolivia, aunque esta ya figure en otros mapas. Regresar es irse, etcétera, no hay que pisar el pedal del freno, «guarda con los perdedores», etcétera… En cualquier esquina te venden «cualquier cantidad» de Bálsamo del Tigre (auténtico). [De Rumbo a no sé dónde, 21.8.2015]