Chevreuse (Le Modiano nouveau est arrivé…)

Sí, el nuevo Modiano ha llegado, antes que el Beaujolais, pero viene picado de un espeso poso de más de lo mismo que si en algún momento fue un atractivo, ahora dificulta la lectura. Lo digo porque no sé si fue Bernard Frank quien decía que a pesar de que era siempre lo mismo lo compraba y leía (y eso que tenía una cuenta pendiente con Modiano), ¿Merece la pena comentarlo? No creo. Al menos en mi caso. Un aluvión de naderías: escenarios ya visto (y hasta dibujados por Pierre Le Tan), personajes, apellidos, París en agosto, situaciones inverosímiles, torpeza rocambolesca, reflexiones sobre el asalto de los malos recuerdos o del pasado misterioso a fuerza de «fantomatizarlo»… a qué seguir, que los aficionados y los enteraos disfruten. Lo entiendo demasiado bien.

Empecé a leer a Modiano en los setenta. Lo he leído entero, y si bien tengo un recuerdo preciso de sus primeros libros, no podría decir de qué trata la mayoría de los que vinieron después. El tiempo se acaba, al menos el mío, o así lo siento. Creo que este es el último libro de Modiano al que voy a asomarme, me cuente lo que me cuente la mendaz publicidad editorial disfrazada de informado artículo literario.

Ruano y sus mariachis…

De no ser por una pesquisa que me he traído entre manos a propósito de las condesas de la Gestapo, entre las que había alguna española muy relacionada con la Embajada de Lequerica y los hampones de Falange a ella adheridos, policías, periodistas chungos, abogado marrones, no habría vuelto a interesarme por Cesar González Ruano, ni por sus muchos mariachis, palmeros y maraqueros… y hasta virtuosos del cajón. El toque, ya se sabe, da ritmo, ambiente y más con mucha noche y más humo en los ojos, a ser posible traducida en bibliofilia y verjurado. No se me ha perdido nada en ese mundo, ni histórico ni literario. No es el mío, aunque me temo que tenga que estar agradecido porque ese nombre haya aparecido junto con el de algunos siniestros personajes de aquellos días y haya descorrido el telón de la sombra intensa de la higuera que protegía y ocultaba las melonadas de los años ochenta. Ruano era más que un golfo, un delincuente, y eso era del dominio público, con nazis o sin ellos,  —«Entonces usted no ha querido favorecer a los judíos, usted solo ha querido estafarlos». «Sí». «Usted no es un agente de los judíos, usted es solo un sinvergüenza»–, por mucho que con indiscutible elegancia calle su último biógrafo, Marino Gómez Santos, Marinín, así lo llama el falso marqués de Cagigal, el de las uñas puercas, al decir del periodista Domingo Herrero, que lo volvió a tratar a su regreso a Madrid… Sombras, la mía incluida, Pequeña ciudad y el engañoso encanto de las pequeñas ciudades de las que sus heraldos tras cobrar el bolo y llenar la andorga huían y huyen a la carrera, tras citar a algún poeta agónico de la Falange… Hipócrita lector, mi semejante, mi hermano, cojo vela en ese cortejo al que no debía apuntarme jamás.  Hacia 1984, compré algunos libros de la biblioteca de Ruano. En su casa. Intonsos, La casa de Ríos Rosas estaba llena de retratos de Mary de Navascués, en distintas poses, y de mucha morralla de chamarilero ya muy floreada. Su hija, que vivía en un chalet precioso en Puerta de Hierro o por ahí, tenía una espléndida colección de antigüedades. Ruano  había forrado su alcoba con libros encuadernados en piel, entre los que destacaban los  de Veterinaria. Todavía en los ochenta, su viuda se hacía remitir correspondencia a nombre de «marquesa viuda de Cagigal».  A Ruano lo dejé de lado, pero no por lo que hiciera o dejara de hacer, sino por su prosa, por sus temas, por sus virguerías… empachaba. Debo reconocer que me interesaba más como personaje novelesco. Ahora ni lo uno ni lo otro. Se me ha hecho tarde hasta para armar un relato con todo lo que he encontrado, desde la trastienda de un chatarrero en las cercanías de San Juan de Luz, a la casa de un amigo que fue de la Gestapo (la casa), pasando por la banda Bonny-Lafont, tanto en París como en Bayona y alrededores donde anduvieron en tratos con contrabandistas de la zona para llenar un tren de calcetines destinado a Wehrmacht, el negocio de pasar judíos, desde junio de 1940, cuando se produjo la primera estampida, el campo de Gurs, el anticuario de San Sebastián que junto con policías del bar Tanger se quedaron con joyas y obras de arte que llevaban consigo los judios escapados a cambio de papeles; los caballos de carreras de la esposa de Jean Borotra, el campeón de tenis, y otro tenista y pelotari cuyo nombre me reservo; la madre de Modiano en Anglet y en Casa Montalvo, y el por qué de su tardío bautismo; el también marqués ful de Araciel, adivino, poeta, y su amistad con Mayalde que le aconsejó por escrito no repetir en Madrid la vida que había llevado en París; Cándida Isabel del Castillo, la madre de Michel del Castillo y la lejana isla de Juan Fernández, a donde fue a parar un hermano del pintor Luis Quintanilla, el de los servicios secretos de la República en el sur de Francia (Hotel Etherberea)… Ya digo que creo que se me ha hecho tarde para armar este rompecabezas, pero el caso es que no puedo dejarlo de lado y dedicarme a asuntos de más fundamento con mi presente y mis recuerdos dormidos relacionados. Lo otro son novelas novelescas y me siento incapaz de escribirlas. Tal vez se trate de eso. En la cuesta abajo aparecen las limitaciones, la del tiempo que apura la primera de ellas.

Modianesca

Un error de lectura me ha devuelto a Fleurs de ruine, una novela de Modiano de 19, en la que aparece un personaje de nombre cambiante al que había olvidado, como casi toda la literatura de Modiano: Philippe Riglos de Pacheco de Bellune… que aparece en esa orden de busca junto a otros colaboracionistas y que salió rumbo a Dachau en 1944 desde Compiègne, en el último convoy y desapareció, no se sabe si vivo o muerto,  y lo dan como confinado en el campo Leimerice Theresienstadt, en Checoeslovaquia, donde se esfuma de los registros oficiales de Cruz Roja y ejército ocupante… ¿Entonces por qué lo buscan en 1946?  

Todo empezó con la lectura de Les comtesses de la Gestapo, un trabajo de investigación histórica acerca de unos personajes que bailaron en torno a la Gestapo del 93 de la parisina Rue Lauriston (la banda Bonny-Lafont). Se trataba de una aristócrata española, falangista, agente activa de la embajada de Lequerica, bajo las órdenes de Velilla, que había tenido como amante a un conocido pelotari de Biarritz, y ya en París había navegado en las aguas turbias de la Ocupación, la Colaboración y sus negocios sucios, en compañía de aristócratas de diversa nacionalidad y de hampones, o de gente guapa que el tiempo ha absuelto, como el matrimonio Borotra, le basque bondisant, excelente jugador de tenis y su esposa, sobre los que pesa esa orden de detención de un periódico de Nueva York del 10 de marzo de 1946, época de caza y captura, juicios, ejecuciones, fugas, a Suiza, a España, a Surámerica, Chile, Argentina… a mi personaje le colgaron la etiqueta de «extremadamente peligrosa». En sus huellas ando, aunque no sé para qué, porque no soy Modiano y mis pasos de baile literario andan por otro lado. ¿Por qué ahora? Entiendo a Modiano en ese querer saber de sombras que se han cruzado en tu vida, hampones, contrabandistas, aventureros, que estaban vivos a finales de los sesenta y comienzos de los setenta… pero creo que se me ha hecho tarde.

El horror

Escritores españoles que figuran en la escena literaria como conservadores elegantorros de recto pensar, pero que en realidad son reaccionarios feroces, y que lamentan los «excesos» cometidos tras la Liberación de Francia, pero de los 11.400 niños judíos, asesinados por los nazis con la complicidad activa del gobierno de Vichy, ni palabra, o como mucho, un rápido pasar página de cosa sabida… Modiano, mucho Modiano, pero de lejos… Gente repugnante con la que no se puede vivir de otra forma que en enemigo. ¿Qué puedes compartir? Nada, menos que nada.

El tugurio de la Lauriston

El tugurio de lujo de la rue Lauriston goza de buena salud, lleva años con su oferta para noctámbulos en una calle que tiene el tenebroso recuerdo de la sede la banda Bonny-Lafont, de los que se habla desde lejos, como un elemento más de la Ocupación literaria y solo eso, algo que no compromete a nada, no como hablar de las torturas en el propio país… Por cierto, Modiano no estaba haciendo cola.

Maison de Balzac

P1050402Lo he llevado de un lado a otro desde enero de 1989, cuando estaba escribiendo La gran ilusión y pasé  un par de ajetreadas semanas en París, pateando calles y pasajes, fijando escenarios. Reuní una copiosa información de esos días. Una mañana helada fui hasta Passy para visitar la casa de Balzac, motivado por unas cartas a Madame Hanska que acababa de comprar en la librería Jousseaume, de la Galerie Vivienne. Era el único visitante, así que recorrí al casa y el jardín como me dio la gana. Quería ver el sillón en el que Balzac se sentaba a escribir y dijo desfondaba, porque me parece un símbolo de lo que es la escritura, al menos como yo la he concebido durante años, y también una cafetera de porcelana que era idéntica a una que había en los vasijeros de nuestra casa de Obanos. Al salir, en un callejón que baja hasta el Sena, la rue Berton, tuve un incidente desagradable con una mujer empingorotada que creía que la iba a atracar y con un gendarme de la guardia de la embajada turca. Son cosas que echas a beneficio de inventario del relato. Curioso callejón ese que serpetea entre tapias, una de ellas la del palacio de la princesa de Lamballe,  personaje o cuando menos seudónimo de una novela de Patrick Modiano, La Ronde de nuit, Swing Troubadour, alias la princesa de Lamballe. Volví a la casa en otras ocasiones, pero, como es preceptivo, nada fue lo mismo. [Del Viaje alrededor de mi cuarto]