Londres, de Céline

Sin duda L. F. Céline tiene páginas sórdidas, pero tengo para mí que estas de Londres se llevan la palma. En varios momentos la novela, inédita y rescatada el año pasado de manera rocambolesca, me ha tirado a las cuerdas, por el ritmo nada acorde con la famosa petite musique celiniana (hace pensar que se trata de un borrador no definitivo), cierto, por el soporte del argot y por las historias relatadas que sin duda fueron vividas por el autor como testigo y como compañero de viaje: la trata de blancas de los años 10/20 (denunciada por Albert Londres en uno de sus libros-reportajes), la prostitución callejera, las venéreas, los desertores, la violencia y crueldad de los macarras, el crimen, la brutalidad de los episodios de sexo o trago… excesivo, cierto, desmesurado, desquiciado, exagerado, desternillante en ocasiones dentro de la miseria que lo empapa todo… era el genuino estilo de Céline. Dudo mucho que esta novela, con pasajes de verdad escabrosos, hubiese podido publicarse al tiempo de su redacción, visto lo sucedido con Muerte a crédito y el miedo de Denoel, su editor, a un proceso por «outrage aux moeurs». Con la sensibilidad cada vez más puritana de hoy, esa novela puede resultar intragable para quienes no sean lectores celinianos (casi por oficio). Eso sí, Londres está protegida por la leyenda, el nombre mítico del autor y el irredento esnobismo de hablar de libros que no se han leído, pero que suenan, que están en el ambiente, en el remolino mediático.

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